Opinión: México, del colonialismo al neocolonialismo

Opinión: México, del colonialismo al neocolonialismo

México no es un país libre. Fue primero colonia de España durante tres siglos y poco después de su independencia formal quedó sometido a un régimen neocolonial por Estados Unidos, desde la segunda mitad del Siglo XIX, luego de que nos invadiera en 1846 y despojara del 52 por ciento del territorio, más de dos millones de kilómetros cuadrados: los estados de Nuevo México, Arizona, California, Nevada, Utah, y parte de Colorado y Wyoming; ya en 1845, Texas nos había sido arrebatada. En 1914 y 1916 volvió a invadir nuestro territorio. 

Pero, ¿cuál es la diferencia entre colonialismo y neocolonialismo? Una brillante exposición teórica sobre los principales rasgos del neocolonialismo es formulada por Kwame Nkrumah en su obra Neocolonialismo: última etapa del imperialismo, ediciones Siglo XXI, un clásico en el tema. De ella comparto aquí varios párrafos sumamente esclarecedores. Perdón de antemano por recurrir a varias citas; las considero indispensables. 

El neocolonialismo es la modalidad imperialista, moderna y sofisticada, del colonialismo, aplicada después de la Segunda Guerra Mundial, luego del fracaso del colonialismo tradicional, incapaz ya de sostenerse: “Gran Bretaña, en particular, se dio cuenta de ello en una etapa temprana y (…) (vino luego) la derrota del colonialismo francés en el Lejano Oriente y en Argelia y la derrota de los holandeses en su deseo de conservar cualquier parte de su antiguo imperio colonial” (Nkrumah, p. 6). 

No es un fenómeno totalmente nuevo, sino un continuum, continuación del colonialismo; con su misma esencia saqueadora, aunque fenoménicamente diferente: mismo contenido, diferente forma; su versión moderna, menos primitiva, donde no necesariamente han de verse soldados invasores en las calles de los países sometidos, o la designación oficial abierta de gobernantes desde las metrópolis: los títeres son manejados con más discreción, y hasta parecen producto de la genuina voluntad popular, como los que impone el imperialismo con sus revoluciones de colores, manipuladas mediante ONG por él financiadas con la añeja intervención de la USAID (recientemente divulgada) para imponer y derrocar gobernantes aparentemente “desde abajo”. Abandonadas las formas más burdas, como la presencia militar permanente y directa, permanece el férreo control por medios económicos y otros más sofisticados. Como dice Nkrumah: “La esencia del neocolonialismo es que el Estado que le está sujeto es, en teoría, independiente y tiene todas las galas externas de la soberanía internacional. En realidad, su sistema económico y, con ello, su política, son dirigidos desde afuera” (p. 3).  

Es característica también la fragmentación territorial. Dice nuestro autor: “El neocolonialismo se basa en el principio de romper la gran unidad antigua de los territorios coloniales en un número de pequeños Estados no viables por sí mismos, incapaces de desarrollo independiente (…) Sus sistemas económico y financiero están encadenados, como en los días coloniales, con los de su antiguo gobernante colonial” (p. 6). Es también modus operandi del imperio americano, y la amenaza pende hoy sobre México. 

Más concretamente, se patentiza nuestra dependencia con la imposición –sin respuesta–, de 25 por ciento de aranceles a nuestros productos. Supuestamente es una sanción por la introducción de fentanilo a Estados Unidos, pero, contradictoriamente, se estima que 70 por ciento de las armas utilizadas por las bandas de narcotraficantes provienen de allá, sin duda un gran negocio, y Washington se niega a impedir ese contrabando; además, nada hace para controlar allá el narcotráfico, realizado seguramente por cárteles mayores. Aquí, como dice Nkrumah: “El neocolonialismo, como el colonialismo, es un intento de exportar los conflictos sociales de los países capitalistas”. En este caso la responsabilidad de la drogadicción allá, atribuida exclusivamente a los cárteles mexicanos, y México paga las consecuencias. 

Nuestra debilidad ante esta ofensiva radica, primero, en que somos un pueblo despolitizado y desorganizado, inerme; segundo, en nuestra extrema dependencia económica. Comercialmente, 81 por ciento de las exportaciones van a Estados Unidos, y de allá proviene 44 por ciento de los flujos totales de Inversión Extranjera Directa (Secretaría de Economía, segundo trimestre de 2024). Y EE. UU. aplica toda su rudeza pese a existir un tratado comercial, y siendo México su tercer socio comercial. Nuestra dependencia es estructural; se ahondó desde los años ochenta con el modelo neoliberal, y desde entonces los gobiernos nada han hecho para diversificar las relaciones comerciales. 

El problema se manifiesta asimismo en educación, ciencia y tecnología. Señala Krumah: “… los gobernantes de los Estados neocoloniales adquieren su autoridad de gobierno no de la voluntad del pueblo, sino del apoyo que obtienen de sus amos neocolonialistas. Por tanto, tienen poco interés en desarrollar la educación, reforzar el poder adquisitivo de sus trabajadores (…) o en tomar cualquier paso que amenace el modelo colonial de industria y comercio que el neocolonialismo debe conservar” (pp. 7-8). El autor, que escribió en 1965, retrata nuestra realidad. México es un país maquilador de automóviles y otros bienes manufacturados, que basa su competitividad no en tecnología, sino en su baratísima fuerza de trabajo: este año, el Presupuesto de Egresos de la Federación contempla 0.16 por ciento del PIB para gasto en Ciencia, Tecnología e Innovación, 7.4 por ciento menos que en 2024; como referencia, Brasil invierte 2.5 por ciento, y la OCDE en promedio, 2.5 por ciento. Y dependemos fuertemente de las remesas enviadas por los casi 12 millones de emigrados. Son la principal fuente de divisas: en 2024 representaron 44 por ciento del total (Gobernación, Conapo). 

Sobre los mecanismos de control, afirma Nkrumah: “… más a menudo sucede que el control neocolonialista sea ejercido mediante medidas económicas o monetarias. El Estado neocolonial será obligado a comprar los productos manufacturados de la potencia imperialista mediante la prohibición de importar productos competidores del país que sea (como hace hoy Estados Unidos al pretender bloquear nuestras relaciones comerciales con China, APZ). El control sobre la política gubernamental del Estado neocolonial será asegurado mediante (…) el nombramiento de funcionarios civiles que ocupen puestos desde los cuales podrán dictar políticas, y mediante el control monetario (…) mediante la imposición de un sistema bancario controlado por el poder imperialista” (p. 3). 

Aquí, la banca está dominada por el capital financiero global, proceso que inició en los años noventa, con la imposición del neoliberalismo. En total, 70 por ciento de los activos bancarios pertenecen a bancos extranjeros (Banco de México). “Además, 80 por ciento de la banca extranjera está en manos de cuatro bancos, los españoles BBVA (19.5 por ciento del total de activos) y Santander (12.9 por ciento), y los anglosajones Citibank (11.9 por ciento) y Scotiabank (5.3 por ciento). El crédito de México se decide en los consejos directivos de estas cuatro entidades. Ningún banco extranjero en toda la región llega a tener una participación de mercado tan grande como la que tiene el BBVA, casi un quinto del mercado en manos de un solo banco extranjero” (CELAG Data, Guillermo OgliettiRadiografía de la banca ¿mexicana?). Pero incluso, como apunta Nkrumah: “Es posible que el control neocolonialista sea ejercido por un consorcio de intereses financieros a los que no se puede identificar con ningún Estado en particular” (p. 3). 

Finalmente, sobre las perspectivas de este orden de cosas, advierte Nkrumah: “Marx predijo que el abismo creciente entre la riqueza de las clases poseedoras y los obreros que emplea produciría, en última instancia, un conflicto fatal para el capitalismo en cada uno de los Estados capitalistas. Este conflicto entre los ricos y los pobres ha sido transferido ahora a la escena internacional…” (p. 9). Y las condiciones para construir un mundo más justo están dadas: “por primera vez en la historia de la humanidad, los recursos materiales potenciales del mundo son tan grandes que no hay necesidad de que haya ricos y pobres” (p. 219). 

Y como en todo, la contradicción no sólo es interna en cada país, sino mundial: “… la existencia de las naciones socialistas hace imposible apuntalar el vigor completo del sistema neocolonialista. La existencia de otro sistema es por sí un reto al régimen colonialista” (p. 7). En esta tesitura, la expansión y consolidación de los BRICS favorece en lo inmediato la liberación nacional al propiciar el acceso de países pobres a relaciones comerciales realmente libres y de mutuo beneficio, y a inversión no depredadora; ello podrá facilitar la acción de las fuerzas que luchan por la verdadera independencia de las excolonias sometidas aún al imperialismo, empeño que inevitablemente triunfará y cuya verdadera fuerza motriz es la lucha de los pueblos, conscientes y organizados. El automovimiento es y será siempre el factor determinante, por mucho que las circunstancias externas puedan ser favorables.