Ha transcurrido un siglo desde que 13 personas, en representación de un grupo que apenas rebasaba el medio centenar de revolucionarios chinos, se reunieron en 1921 en un barco rojo anclado a la orilla del lago Nahn, en la ciudad de Jiaxing, en el primer Congreso del Partido Comunista de China, donde aprobaron su programa de transformación del país y juraron luchar por liberar al pueblo chino de las cadenas de la pobreza y la dependencia colonial. En estos días, ese partido, que honrando su compromiso llegó al poder 28 años después tras una sacrificada lucha que contó con un inmenso respaldo popular, que terminó con la pobreza en ese país y logró que China dejara de ser un empobrecido y explotado país semicolonial y semifeudal y se convirtiera en una potencia mundial, celebra su XX Congreso con una estructura formada por 4.9 millones de organizaciones de nivel primario del Partido, una militancia de más de 96 millones de chinos, de los cuales asisten al congreso 2,300 personas, que fueron electas democráticamente como delegados de organizaciones, empresas, trabajadores de la ciudad, campesinos, instituciones públicas y departamentos del Partido.
Como era de esperarse, la mayoría de la prensa occidental ha distorsionado los ejes de la discusión del Congreso del PCCh o le ha aplicado la conspiración del silencio a esta trascendente reunión en la que se discute críticamente no solo la pervivencia y fortalecimiento del proyecto socialista con características chinas, que se propuso y logró una hazaña social nunca vista por la humanidad al rescatar de la pobreza a más de 800 millones de personas que junto con otros 657 millones de personas viven en una sociedad moderadamente próspera (xiaokang), que gobierna el país más exitoso en el combate a la pandemia de Covid-19 y ahora se propone construir “un país socialista moderno que sea próspero, fuerte, democrático, culturalmente avanzado, armonioso y hermoso para 2049”, sino también las rutas de entendimiento e interrelación mutuamente benéfica con las economías de casi todos los países del planeta, así como una defensa enérgica de los territorios donde el país sufre agresiones, lo cual se traduciría realmente en un mundo multipolar, más equilibrado y no sujeto a los imperativos y a los intereses de las potencias occidentales encabezadas por Estados Unidos o cualquier otra potencia.
El escenario internacional no podía ser más contrastante para mostrar la eficacia del modelo chino de desarrollo. Mientras China muestra resultados palpables y medibles en la elevación del bienestar general de los habitantes de China, que es el país más poblado de la Tierra; en Francia, Alemania, Reino Unido, Hungría, República Checa, Bélgica y otros países europeos detonan las manifestaciones y las huelgas en protesta por la elevada inflación, en donde destacan los altos precios de la energía, en demanda de aumentos salariales y cuestionando acremente a sus Gobiernos por la utilización del presupuesto público en la embestida bélica para armar a Ucrania contra Rusia. Junto con eso, los informes de organismos internacionales abundan en datos sobre el crecimiento imparable de la pobreza en los países capitalistas, lo que detona migraciones masivas, violencia y fenómenos de decadencia y desaliento, como el consumo masivo de drogas que tan solo en Estados Unidos cobra la vida de más de 100 mil estadounidenses anualmente. Obviamente, ninguno de esos países aguantaría una comparación rigurosa entre sus resultados en la elevación del nivel de vida material y espiritual de sus pueblos y los obtenidos por el Partido Comunista de China.
Pero no hay duda, el imperialismo no está conforme con el desarrollo de China, con el ejemplo liberador que muestra a otros pueblos que se hallan sometidos y menos aún está dispuesto a permitir pacíficamente que China se siga convirtiendo en el poderoso contrapeso que representa para la hegemonía estadounidense si logra convertirse en la economía más grande del mundo y en el principal motor económico mundial, como algunos analistas bien informados prevén que ocurra relativamente pronto. Los antaño dueños del mundo nunca van a reconocer los méritos de China ni aceptarán que ha logrado cosas inimaginables en los grandes centros del poder financiero mundial. Por eso atacan: “Xi se dirige a la confrontación con Occidente en su empuje por su gran rejuvenecimiento”, calumnió el Financial Times. Por su parte, The Economist, se lanzó contra el presidente de China: “la ambición ideológica de Xi ensombrece los prospectos económicos de China”.
El contrataque ya empezó. “Estados Unidos está buscando "desacoplarse" de China en muchos aspectos para servir a su principal estrategia de competencia de poder, incluida la imposición de aranceles adicionales contra los productos chinos y el lanzamiento de controles de exportación de chips para contener el desarrollo de la ciencia en China, y también ha lanzado ciberataques contra institutos chinos como universidades. Estados Unidos también provoca y desafía repetidamente la soberanía y los intereses fundamentales de China en asuntos delicados, como la cuestión de Taiwán, Xinjiang y la región de Hong Kong, poniendo en peligro la paz y la estabilidad de la región de Asia y el Pacífico (…) En Europa, Estados Unidos sigue avivando las llamas de la crisis de Ucrania, que fue causada fundamentalmente por la expansión de la OTAN liderada por Estados Unidos, y el continente ahora está experimentando su situación más peligrosa desde la Guerra Fría”, publicó recientemente Global Times, y tiene toda la razón.
Seguramente pensando en los obstáculos y peligros que ya se asoman, Xi Jinping escribió en su informe a sus camaradas de partido y al pueblo chino: “nos queda mucho camino por delante. Tenemos que tener más cuidado a la hora de afrontar los peligros, estar preparados para tratar con los peores escenarios, con fuertes vientos, aguas turbulentas e incluso tormentas”. Todos los que deseamos la liberación de los oprimidos de la tierra, debemos aprender del pueblo chino, no permitir que lo avasallen los abusivos del mundo y solidarizarnos con ese inmenso propósito de construir “un país socialista moderno que sea próspero, fuerte, democrático, culturalmente avanzado, armonioso y hermoso”, que es la siguiente meta que se ha puesto el Partido Comunista de China, a quien mando un respetuoso y solidario saludo.