El ocaso de los héroes
Por: Abentofail Pérez
Cuando un sistema económico triunfa de manera contundente es precisamente cuando ha logrado permear todos los entornos de la sociedad. Es absorbido hasta la raíz y no deja ninguna expresión humana fuera de su nociva influencia. El capitalismo ha envenenado cada una de las ramas de lo social. Toda actividad humana: arte, educación, deporte, familia, etc., tienen su inconfundible sello, su marca de propiedad. Ni siquiera la consciencia del hombre se mantiene libre del control ideológico que abreva por todos lados: televisión, radio, internet, etc., a menos que se haya blindado antes con el antídoto ideológico de su contradicción.
A veces hay quien, por una necesaria satisfacción espiritual decide obviar este hecho escapando por los caminos de la fantasía; imaginando que el espíritu humano no puede someterse tan abyectamente como la realidad lo presenta y, en ocasiones, afortunadamente tiene razón. Algunos artistas, sobre todo del siglo XIX y XX, apegados a la esencia creadora de una verdadera obra de arte, decidieron sacrificar su vida antes que someterse a las exigencias y necesidades que de la moda imponía el sistema. Almas soberanas de la talla de Arthur Rimbaud, Vincent van Gogh, Pablo Picasso, etc., son ejemplos de esta lucha del espíritu humano contra el sistema. Sin embargo, la mayoría de las veces terminan, de manera necesaria, relegados y olvidados; precisamente porque el capitalismo aborrece y destruye toda manifestación artística que no se someta a sus intereses, más aún si los combate.
El deporte ha tenido también muestras de esa rebeldía individual que, aunque no llegue a triunfar en su esencia, dada la imposibilidad de que un sistema sea derribado por un espíritu rebelde aislado, vale por su simbología, por su representación, por la heroicidad que transmite a quienes no ven salida alguna. El deporte más popular del mundo, el futbol, es, precisamente por el impacto que tiene entre las grandes masas, el que más fantasías crea dentro del pueblo. Más allá de la socorrida y superficial interpretación de la pseudointelectualidad, que ve en este deporte sólo su forma enajenante, el futbol, como todos los deportes surgidos del pueblo, tiene mucho más significados que éste. En sus orígenes, los primeros clubes de futbol que nacieron en Inglaterra, y posteriormente en el mundo entero, fueron producto de la organización gremial entre los trabajadores; era una manera de desarrollar la colectividad y la camaradería, así como un refugio de la destructiva y ruinosa rutina impuesta por el trabajo en la fábrica. Poco a poco el capital vio una oportunidad de mercantilizar el espíritu, de comercializar con el deporte de las masas y lo monopolizó casi de manera absoluta, convirtiendo a todos los creadores en consumidores. El futbol se vendió a la televisión “en cuerpo, alma y ropa. Los jugadores son ahora estrellas de la tele”, los mejores talentos se compran y venden como mercancías y son siempre los clubes más ricos, los de las grandes transnacionales, los que acaparan la atención al llenar sus estantes de estrellitas que venden su alma por plata.
Todos los grandes talentos, con sus escasas excepciones, han surgido de las entrañas del pueblo: Garrincha, Zico, Eusebio, Lev Yashin, George Best, Pelé, Maradona, Messi y Ronaldo. Son algunos de los más conocidos, pero no hay más hay que echar un vistazo a las selecciones europeas actuales y se verá que gran parte de ellas están formadas por africanos desterrados que llegaron en barcazas medio destruidas buscando una oportunidad de sobrevivir. Siempre ha sido así, del pueblo surgen las grandes cosas. Sin embargo, de todos estos artistas del balón, pocos se han enfrentado a su destino con la dignidad de los de su clase.
El último gran héroe popular, aquel loco petiso y regordete del barrio de Villa Fiorito que dejó pasmados a los ingleses con dos jugadas apoteósicas, es el último gran símbolo popular de este deporte. A pesar de haber sido expulsado de los cielos en el mundial del 94, no logró la FIFA, el gran patrón del futbol moderno, evitar que este moderno Lucifer regresara sobre los hombros del pueblo más cargado de gloria que antes de su caída. Su gran pecado no fueron las drogas, si no haberse enfrentado sin emboces a los dueños del futbol, que por justicia pertenecía al pueblo: “Al fin y al cabo, juzgarlo era fácil, y era fácil condenarlo, pero no resultaba fácil olvidar que Maradona venía cometiendo desde hacía años el pecado de ser el mejor, el delito de denunciar a viva voz las cosas que el poder manda a callar y el crimen de jugar con la zurda, lo cual, según el “Pequeño Larousse Ilustrado”, significa “con la izquierda” y también significa «al contrario de como debe hacerse»” (Galeano). Les dio gloria a los pobres de Nápoles, enfrentando a los equipos ricos del norte y consagrando a un equipo humilde en los momentos de consolidación de los grandes emporios futbolísticos; así nació santa Maradonna; dejó por los suelos a cuanto inglés se le puso en el camino y la mano de Dios lo consagró, más todavía que la copa del mundo que ganaría en ese mismo mundial. Para el pueblo argentino, que recién había perdido las Malvinas frente al imperio inglés, fue justicia poética, casi un milagro, por lo que su autor no podría ser visto más que como un santo, una deidad. Maradona era amigo y hermano de los pobres, porque a ellos los sentía como suyos; fraternizó con Fidel, y el Che que llevaba tatuado en el cuerpo; era una bofetada para las televisoras; fue amigo de Chávez y Maduro en Venezuela, era un rebelde con causa que tenía la zurda no sólo para poner la pelota en el ángulo, sino como bandera política.
Éste fue el último gran héroe del futbol. El último mercado de fichajes ha establecido sentencia de muerte a los rebeldes, a los que demostraban que a veces también la fantasía puede ser eficaz. Lionel Messi, a quienes muchos considerábamos el gran heredero del astro de Villa Fiorito, ha caído rendido, víctima de sus propios intereses y para beneplácito de los grandes monopolios, bajo el insoportable yugo del capital. Es cierto que no venía de un club pobre, y que jamás abanderó abiertamente las causas populares, aunque mostrara cierta simpatía lejana a los de su clase; tal vez ni siquiera se le puede culpar por dejarse comprar a tan alto precio. Lo cierto es que no tuvo madera de héroe, no podía jugar el papel de su antecesor, no sabía ver el futbol más que como deporte, y olvidaba el significado que entre las masas tiene. Presenciamos, con la incorporación de Messi al club más poderoso del futbol en el mundo, el ocaso de los héroes. Algún día este deporte regresará a su lugar de origen, volverá el pueblo a ser el creador de este divino arte y no el comprador de mercancía televisiva; volveremos a las raíces y una reta en plena calle valdrá más que una lucha titánica con botines dorados. Por ahora, no queda más que aceptar que el deporte más hermoso del mundo ya no tiene héroes, ya no nos pertenece, y habrá que recuperarlo.