La pesadilla de Morena

Por: Abentofail Pérez

La pesadilla de Morena

Existen ciertos espíritus, tanto individuales como sociales, que sólo reflexionan bajo el peso de la desgracia. Es necesario que verdaderos cataclismos remuevan su ser entero para aceptar, ya con absoluta resignación, que los pasos dados hasta entonces los llevaron por el camino equivocado. Lamentablemente nuestro pueblo ha sido educado y acostumbrado a no ver el mal hasta que se presenta en sus formas más desgarradoras, a dejarlo incluso crecer mientras no ocasione un daño fatal y evidente, y a tomar las cosas en sus manos cuando los estragos han causado ya daños difíciles de remediar. Se deja endulzar el oído con promesas, aunque la realidad le demuestre la tragedia a la que se encamina. No podemos culpar de esto a las consciencias individuales; es un daño histórico que se la ha causado al ser social de esta nación después de más de quinientos años de opresión y sometimiento.

Este estoicismo mal entendido es el que permite que nuestro país sea hoy gobernado por una clase política sin escrúpulos, que a pesar de la desgracia que ha provocado se mantiene inalterable en sus hechos y opiniones y no duda ni un momento en multiplicar los males ignorando las consecuencias. La política morenista ha demostrado en la práctica su ineficacia; la estulticia de sus representantes ha logrado que un país que ya estaba encaminado a la tragedia se lance hacia ella con la avidez con que un náufrago bebe agua del mar, esperando saciar la abrasadora sed que lo consume.

Durante los primeros tres años de gestión, el gobierno encabezado por López Obrador supera al de Calderón y Peña Nieto en número de muertes violentas; somos el cuarto lugar a nivel mundial en muertes por covid, producto de una pésima gestión durante la pandemia; creció en 3.8 millones la población en condición de pobreza, pasando en tres años de 51.9 a 55.7 millones; mientras se incrementó la fortuna de los más ricos del país un 35%, precisamente el mismo año en el que se vivió la mayor contracción económica de los últimos noventa años, con una caída de 8.5; se perdieron, sólo el último año, 1.6 millones de empleos en el sector formal y, en educación, 5.2 millones de estudiantes abandonaron la escuela, aunados a los 3.6 millones que no se inscribieron a un nuevo ciclo por necesidad de trabajar.

Esta es la realidad que el presidente de México oculta, que disfraza con discursos vacíos, estériles y cínicamente mentirosos (en 589 conferencias mañaneras ha dicho más de 48,000 mentiras, el 85% de su discurso es falaz). AMLO se ha dedicado a buscar culpables, a perseguir a todo aquel que trate de desenmascarar la farsa, y a encubrir su ineptitud con argumentos como: “yo tengo otros datos” o “me dejaron un cochinero”. Decretó el fin del neoliberalismo en México como si un modelo económico, cuyas raíces permean hasta la médula de toda una sociedad, pudiera abolirse con una frase; una idea tan absurda como la de pretender salvar a un moribundo declarando el fin de la enfermedad que lo consume, sin otorgar ningún remedio. Toda su política, cada vez más difícil de justificar cuando se presenta con crudeza, se pretende salvar por su camarilla de fanáticos que, como Cantinflas, manifiestan: “Estamos peor, pero estamos mejor, porque antes estábamos bien pero era mentira. No como ahora que estamos mal pero es verdad”. En el comediante era hilarante, en el presidente es trágico.

Ante esta realidad hay quienes alzan la voz, quienes en medio de la tormenta claman por una transformación que salve al país, que le gritan al pueblo: ¡no camines por ahí porque te conducen al abismo! ¡Despierta! Sin embargo, estos clamores pretenden ser apagados por el ruido de los gritos que desde Palacio Nacional salen cargados de veneno contra los detractores. Si algo debe reconocerse al señor presidente es que supo ubicar correctamente a los verdaderos y posiblemente únicos antagonistas reales de su política, ese neoliberalismo rejuvenecido. Antorcha, la organización de masas más grande del país, fue, es, y será, contradicción de Morena y el obradorismo, así como ellos lo son de la política antorchista. No tiene esto absolutamente nada que ver con cuestiones personales. Antorcha lleva luchando casi medio siglo, y seguirá, una vez que la fiebre morenista desaparezca. La esencia de la contradicción radica en la oposición de intereses existente: los antorchistas quieren transformar al país radicalmente, acabar con la desigualdad, madre de los peores males de la sociedad y distribuir la riqueza que hoy acumulan unos cuantos ricachos; quieren, a diferencia del morenismo, desparecer la miseria y no perpetuarla con dádivas que encadenen al hambriento a la caridad del poderoso. Nuestra política es contraria a la del presidente y sus antecesores, lo sabemos y él lo sabe.

Por esa razón Antorcha es señalada ahora como el enemigo público número uno, es calumniada en cada oportunidad y ronda como una pesadilla que no deja dormir al presidente y el morenismo. Esto, sin embargo, no sólo no nos asusta ni preocupa; todo lo contrario, nos enaltece. Lo peor que pudiera pasarnos es ser halagados por el poder, ese poder que nosotros intentamos regresar a manos del pueblo a quien pertenece y que buscamos transformar. El afán de herirnos es la mejor prueba de que el gobierno es consciente de nuestra fuerza, y nuestra razón. Cuando pase el vendaval, cuando se sienta la resaca de todo lo sufrido, cuando la niebla que hoy nos cubre se disipe y se vean las cosas tal y como son y sólo puedan los ojos de quienes hoy son engañados ver destrucción y miseria, ¿sabe el pueblo lo que hará el antorchismo en esos momentos de indignación? Tenderá su mano nuevamente a los humildes, hoy engañados por el poder, y será para ellos, sin hipocresía alguna, la luz que alumbre en el camino de oscuridad que hoy construyen los que nos calumnian.