Nuestra sociedad ¿Es humanista y solidaria?
En México y en el mundo estamos viviendo tiempos verdaderamente difíciles. En algunos países, familias enteras se han visto forzadas a huir de la guerra y la persecución (de acuerdo con la Agencia de la ONU para los Refugiados, a mediados del año pasado ya se contabilizaban 103 millones de personas), pero la inmensa mayoría por la falta de empleos y, por tanto, de llevar una vida llena de privaciones, a grado tal, que muchos sufrían de inseguridad alimentaria (según la ONU, a finales del año pasado, se registró la cifra de 222 millones de personas). Muchas de ellas, después de mucho penar para llegar, por ejemplo, a Europa, han muerto ahogadas en el mar; muchas otras, después de meses de espera, han sido obligadas -por ejemplo, el caso de quienes han estado encerradas como si fueran delincuentes en las estaciones migratorias de nuestro país-, a regresar a sus lugares de origen (El Salvador, Guatemala y Honduras, entre otros) a sufrir nuevamente las condiciones que los hizo salir de ellos y, en la mayoría de los casos, a volver a empezar desde cero porque lo poco o mucho que tenían ya lo perdieron.
Los suicidios se han incrementado; en México se ha vuelto cada vez más común que hombres y mujeres de mediana edad, y hasta jóvenes y niños, se quiten la vida; hasta donde se ha podido saber no se trata de personas con problemas psíquicos graves, sino de personas en edad aún productiva y de muchachos y niños que apenas empiezan a vivir. Casi en la totalidad de los casos, se ha tratado de seres humanos a quienes, sobre todo los que cuentan con las posibilidades reales de poder ayudarlos -por ejemplo, dándoles empleo- o creando condiciones en donde puedan convivir con grupos de su edad y desarrollarse sanamente -por ejemplo, internados, casas o albergues estudiantiles-, se les ha rechazado una y otra vez abandonándolos a su suerte. No encontraron, pues, ni la justicia ni la equidad que como seres humanos creyeron poder encontrar entre sus semejantes. Terrible, sí, pero esperable en una sociedad donde, gracias al modo en que produce los bienes materiales para su subsistencia, campean el individualismo, la competencia malsana, el menosprecio y otras linduras por el estilo, en lugar de la solidaridad, la ayuda desinteresada y la compasión.
Los asaltos no sólo se han incrementado, sino que además se han diversificado. Este delito se comete a plena luz del día en las calles, en el transporte público, en los comercios, hospitales, iglesias y hasta en las funerarias, donde a la pena de los deudos, se agregan el susto y la impotencia; en las avenidas y vías rápidas (por los llamados monta-choques), o en las carreteras, en donde además del robo, hay quienes resultan seriamente heridos y se viola a las jovencitas y a las mujeres, o como el reciente asalto a un camión de los llamados “madrinas”, en donde los asaltantes se dieron el lujo de tomarse todo el tiempo necesario para bajar las camionetas que transportaba, sin que apareciera ninguna patrulla que lo impidiera. También en este terreno, los ciudadanos estamos, como dice el dicho, “a la buena de Dios.” Ya nadie está seguro, ni en su vida ni en su propiedad, ¡en su propiedad!, que es sagrada y, en consecuencia, venerada y cuidada por el sistema de producción capitalista en el que vivimos.
Los crímenes, que también se han incrementado escandalosamente bajo el gobierno de Andrés M. López Obrador -se habla de más de 156 mil, según cifras oficiales, en lo que va de su sexenio-, se han vuelto cada vez más horrendos. Prácticamente no pasa día sin que nos enteremos por los medios masivos de comunicación o las famosas redes sociales de crímenes atroces y, además, no solamente en contra de una sola persona, sino de varias en un mismo evento y hasta de menores de edad. Y aunque en repetidas ocasiones las autoridades declaran que se trata de crímenes entre bandas rivales del narcotráfico, lo cierto es que ello no debería dejarnos tranquilos, pues ¿quién nos asegura que, en efecto, así fue?, y lo mismo cuando se habla de que las muertes se debieron a que el ejército, la guardia nacional o cualquier otra institución policial de las que existen, los mataron al repeler una agresión en su contra. Ahí están los hechos ocurridos el pasado 18 de mayo en Nuevo Laredo, Tamaulipas, donde imágenes de video muestran cómo elementos del Ejército mexicano ejecutaron a cinco civiles.
Dentro de los crímenes atroces, destaco nuevamente el de nuestros compañeros antorchistas Conrado Hernández y Mercedes Martínez, así como el de su pequeño hijo Vladimir, cuyo asesinato sucedió en el estado de Guerrero hace ya dos meses y esta es la hora en que no se ha hecho justicia. En mi opinión de la semana pasada, relaté lo que el Movimiento Antorchista Nacional ha realizado para que las autoridades estatales detengan, juzguen y encarcelen a los criminales materiales y a quien ordenó su asesinato. Sólo así se hará justicia, sólo así podremos creer que bajo el actual gobierno de López Obrador, no se asesina a líderes sociales.
Hay todavía muchos otros males que aquejan a nuestra sociedad y de los cuales es importante pronunciarse. Sin embargo, creo que lo dicho aquí es suficiente para darse cuenta de que al humanismo del sistema de producción capitalista no le interesa el dolor humano, que no tiene sentimientos; lo que sí tiene son intereses, y que esos intereses son intereses de clase. Que gracias a este sistema, muchos han perdido la sensibilidad y el humanismo de otros tiempos, porque así se los dice la ideología, la conducta y los hechos de quienes realmente gobiernan en este país. Tal parece que, como dijera el gran dramaturgo inglés William Shakespeare: “El infierno está vacío, todos los demonios están aquí”. Para enviarlos al lugar donde pertenecen, para que todos seamos humanistas y solidarios, necesitamos, como bien dice el Maestro Aquiles Córdova Morán, “vivir en una sociedad humanista y solidaria, con hombres humanistas y solidarios que prediquen con su ejemplo”. No tengo la menor duda de que el pueblo mexicano es capaz de crear una sociedad así, siempre y cuando se organice y luche hasta hacerla realidad.
Ciudad de México, a 10 de junio de 2023.