Represión estudiantil, síntoma de un estado decadente
Por: Abentofail Pérez Orona
El pasado viernes 21 de enero fueron encarcelados en el municipio de San Felipe Orizatlán, estado de Hidalgo, diez estudiantes y un profesor, afiliados a la Federación Nacional de Estudiantes Revolucionarios Rafael Ramírez. El atentado contra los jóvenes fue perpetrado por la policía municipal que, argumentando “vandalismo”, y con el pretexto de una “denuncia anónima”, llevó a la cárcel sin miramientos y con lujo de violencia a este grupo de escolares. Fue “necesario” incluso esposar al profesor, a quien retuvieron en prisión durante todo el día. El verdadero delito de los estudiantes, al que el Estado dio por nombre “vandalismo”, consistía, sencillamente, en difundir en el municipio un desplegado en el que se evidenciaba la desatención, el olvido y el desprecio a las demandas más sentidas de los estudiantes pobres de la Huasteca hidalguense. Durante cinco años, desde la llegada de Omar Fayad a la gubernatura del estado, fue cortado el subsidio que ayudaba al sostenimiento de una casa de estudiantes en la que, en su gran mayoría, se hospedan jóvenes indígenas de la región, que no tienen otra forma de sostener sus estudios más que a través de estas casas, por las que la FNERRR ha luchado durante décadas.
El albergue al que hacemos alusión, y que llevó a los jóvenes a salir a difundir a los municipios aledaños, se encuentra ubicado en Huejutla, el municipio que concentra la mayor población en condiciones de pobreza extrema en todo el estado de Hidalgo. Aquellos que tocan a sus puertas llegan procedentes de los municipios más olvidados del estado, lugares donde la pobreza se transforma en miseria; donde no se cuenta con los servicios elementales; donde, a pesar del progreso que el gobierno dice haber logrado, se desconoce todavía lo que es vivir con luz eléctrica, agua potable, escuelas, etc. Quien haya caminado alguna vez por la Huasteca, podrá reconocer la miseria en su forma más descarnada, esa que, si se mira a los ojos, no puede más que provocar un escalofrío en lo más profundo del alma. Los estudiantes indígenas acuden a la casa del estudiante con la misma ilusión con la que el náufrago desesperado se aferra a la tabla salvavidas. Sólo un lugar donde se les otorgue gratuitamente lo indispensable para continuar sus estudios puede salvarlos de las garras de la descomposición en que la sociedad atrapa a los humildes y desamparados.
La represión sufrida por los estudiantes tiene causas más profundas que las que se reconocen y se alcanzan a ver. El hecho de que un grupo de jóvenes humildes se atreva a reclamar abiertamente sus derechos es una osadía que el Poder no puede soportar; menos aún un Poder retrógrado y fascista como el que existe en Hidalgo. Después de varias jornadas de difusión, de acudir a la capital a buscar solución a través de la negociación; pasadas decenas de marchas y un plantón que duró años frente a Palacio de gobierno, lo único que recibieron los estudiantes humildes de la Huasteca hidalguense fue la visita de la Comisión Federal de Electricidad que se encargó de dejar sin luz el albergue. Esto provocó que algunos de los moradores, al no contar con otro recurso que la casa estudiantil, ahora a oscuras y sin internet, tuvieran que dejar la escuela.
¿Debe buscarse la causa de este acto inhumano en la perfidia de un gobernador sin escrúpulos? ¿Responde el encarcelamiento de los estudiantes sólo a la estulticia del gobierno en turno? No completamente. Omar Fayad ha demostrado con creces su odio profundo a la clase trabajadora. Los pobres son para el gobierno de Hidalgo una mancha negra que estorba el enriquecimiento de la clase en el poder, y nada más. A ellos se les trata con el garrote, la persecución y la fuerza bruta, más aún si intentan dignificar su situación exigiendo lo que por derecho les corresponde. Sin embargo, hay que cavar más profundo aún. El gobierno a nivel nacional mantiene la misma política y el mismo discurso que el de Hidalgo. El carácter liberador de la educación es para ellos un problema que debe ser erradicado. A la luz que puede surgir del engrandecimiento del pensamiento y el espíritu se le combate con tinieblas, con abandono, con represión. Un estudiante que piensa, opina y actúa es un enemigo del sistema que se debe suprimir. ¿Es casual que después de dos años de pandemia, después de que cinco millones de estudiantes hayan abandonado las aulas por falta de recursos y de que las escuelas estén materialmente imposibilitadas para reanudar clases, el gobierno obradorista no destine lo elemental para mitigar estos males? ¿Será sólo producto del azar que a la cabeza de la Secretaría de Educación Pública se encuentre una mujer que apenas puede articular dos frases sin contradecirse; que ubique Cananea, uno de los municipios históricos de la historia nacional, en Jalisco; que no atine a dar con la capital de un estado de la república, siendo así superada por los párvulos de educación básica; y a la que, además, se le demostró legal y públicamente su participación en actos de corrupción? No, en política no existen casualidades.
El objetivo del Estado a nivel nacional y estatal es el mismo. Entre menos jóvenes tengan oportunidad de estudiar, entre mayor sea al número que abandone las escuelas y se multipliquen los casos de estudiantes que se incorporan al sector laboral por no tener lo esencial para sostener su educación, más y mejor se consolida el sistema. Si hoy nos gobiernan hombres de la minúscula talla intelectual y política de Omar Fayad y López Obrador, es precisamente porque a la miseria material de nuestro pueblo se han sumado las tinieblas de la ignorancia. Un pueblo culto es un pueblo libre, decía Martí. Un pueblo ignorante es, por lo tanto, un pueblo sometido y manipulable. Por ello, es el momento indicado para decirle a los fenerianos de Hidalgo y de México, y en general a los estudiantes del país entero, que no se dobleguen ante la represión, que no se asusten ante el poder. Su labor es muy loable. Sigan luchando por las casas del estudiante, por condiciones educativas de calidad en todo el país, por una educación liberadora que permita, el día de mañana, contribuir a la emancipación de un pueblo que hoy camina a tientas en la oscuridad, sometido por las cadenas de quienes lo necesitan y quieren ignorante, porque así sirve mejor a sus intereses. La consigna debe ser, hoy y siempre: audacia, audacia y más audacia. Ni un paso atrás.