Una guerra que se intensifica y un amargo despertar en Occidente
Europa está cada día más notoriamente confundida. No termina de asimilar su papel en la reorganización del orden mundial y, a pesar de declaraciones, manifiestos conjuntos con el respaldo de EE.UU., y, como veremos, bravuconadas y jactancias que rayan en lo ridículo, el desconcierto y la falta de un fin y un objetivo claros es notorio. Algunos siglos atrás se creían y se sabían portadores del “Espíritu Universal”, encarnado en ocasiones en la energía de la Revolución Francesa, otras en el poder económico del Imperio Británico, amo y señor del universo; incluso declaraban haber dado con el conocimiento de dicho “Espíritu”, gracias al desarrollo de una lógica que, al menos en Alemania, pretendía ser la solución a todos los enigmas del pensamiento. Hoy, sin embargo, están claramente desorientados. Ven como el viejo mundo, en el que su papel era ya apenas secundario, se desmorona, y no alcanzan a comprender la necesidad del nuevo que surge. Este limbo en que Occidente se encuentra tiene contradicciones todavía más complejas, entre las que destaca, como veremos, el divorcio entre la clase “dirigente”, el gobierno de los superricos, y las aspiraciones frustradas de la clase media.
El pasado 12 de junio se reunieron en París los jefes de Estado de Alemania, Polonia y Francia: Olaf Scholz, Andrzej Duda y Emmanuel Macron. El objetivo de la cumbre era revisar la posición de dichos países respecto a la guerra en Ucrania. Lo llamativo de dicha conferencia (preparatoria de la Cumbre del Consejo Europeo a realizarse los últimos días de junio y de la Cumbre de la OTAN, planeada para el 11 y 12 de julio), fue el tono de las declaraciones. La temeridad con la que los mandatarios condenaron a Rusia y a su presidente Vladimir Putin, son indicador de varios síntomas que la “opinión pública” internacional no alcanza a descifrar o, en todo caso, reproduce a medias y de forma tergiversada.
El presidente francés lanzó esta advertencia: «Nos aseguraremos no sólo de que Rusia no salga victoriosa de esta desafortunada empresa, sino de que nunca pueda repetirla». Mientras que su homólogo alemán aseveró: «El punto de inflexión que representa la guerra rusa tendrá consecuencias para nosotros en Europa y en la Unión Europea. Crearemos una Europa geopolítica aún más unificada, más fuerte y más soberana». Duda fue el más cínico e imprudente, posiblemente porque es el que menos tiene que perder: «Lo fundamental para la Unión es que el imperialismo ruso sea aplastado, para que Rusia nunca tenga el potencial o la posibilidad de atacar a otro Estado, o extender su esfera de influencia en detrimento de la riqueza de otros Estados, o de su soberanía e independencia». El analista del portal WSWS, Alex Lantier, quien recoge estas declaraciones, no duda en concluir sobre ellas: «La temeridad suicida del belicismo de Duda, Scholz y Macron sólo fue igualada por el peligroso aire de irrealidad que se cernió sobre todo el evento.»
El tono de las amenazas hace pensar más en un miedo oculto que en una verdadera advertencia. No porque no se deba tomar en serio la posición de la OTAN, de la que estas declaraciones son apenas una muestra, sino principalmente porque pretenden desconocer la fuerza del enemigo al que disminuyen sólo en el discurso, esperando que la fuerza de las frases supere la fuerza de las armas. Estas fanfarronadas, que se multiplicarán entre más cerca esté el conflicto de rebasar las fronteras ucranianas, lo único que provocarán será el incremento de alarma, la tensión y el miedo en todos los países de Europa, a los que estos jefes de Estado representan.
Occidente conoce de sobra, aunque no más que Rusia, los estragos que significaría una Guerra Mundial como la que parecen anhelar los provocadores europeos y norteamericanos. El pueblo europeo, que hoy se encuentra cómodamente sumido en un sueño opioide, disfrutando en su mayoría de los deleites un poco vergonzosos de la clase media acomodada, muy difícilmente aceptará sacrificar su “status” de confort y desahogo que, si bien no se dirige a ningún lugar y está casi desprovisto de espíritu, al menos le permite vivir en un limbo exento de preocupaciones reales. Por eso, la división entre la clase dirigente, que representa los intereses de una minoría de multimillonarios que esperan con ansias el estallido de una guerra, y las grandes mayorías, no empobrecidas ni cercanas a una incipiente conciencia de clase, pero sí conscientes de los privilegios que gozan gracias a la explotación de los países subdesarrollados, es cada vez más amplia. Sólo a modo de ejemplo, Alemania, el país económicamente más próspero de Europa, “anunció el mayor programa de rearme desde la Segunda Guerra Mundial. El presupuesto militar se ha incrementado en 100 mil millones de euros hasta los 150 mil millones de este año» (Peter Schwartz). Esto no responde sólo a la posición ante la conflagración, sino, tal y como sucediera en la década de los treinta, a la necesidad de invertir capitales que no encuentran salida y que siempre han tenido en la producción de armas un escape seguro.
No será, sin embargo, tan sencillo como antes, declarar una Guerra Mundial, en principio por sus catastróficas implicaciones. No hablamos ya de enfrentamientos cara a cara con tanques y metralletas, sino de una conflagración en la que una sola bomba, de cualquiera de los bandos, puede borrar del mapa a un país entero. La alarma empieza a crecer entre los pueblos hasta ahora indiferentes a los turbios manejos de sus mandatarios; entreven con cierto temor que, posiblemente, entre tanta palabrería, vaya en juego su futuro y la vida misma de su nación. Así, en un evento reciente, días antes de esta cumbre, una multitud sorprendentemente numerosa sorprendió al canciller alemán en un evento al grito, según cuenta Johannes Stern, de: “haced la paz sin armas”, refiriéndose a Olaf como “belicista”. El canciller, fuera de sus cabales y “perdiendo la compostura”, arremetió contra la multitud: «'Un belicista, Putin es un belicista', gritó. Luego gritó por el micrófono: “Invadió Ucrania con 200 mil soldados. (...) Putin quiere destruir, conquistar Ucrania, y tiene otros en mente. Nosotros, como amigos de la libertad, como demócratas, como europeos, no lo permitiremos”» (Stern).
Aunque normalmente nos referimos, para entender las causas de un conflicto de trascendencia universal e histórica, a los grupos y clases dirigentes, no perdamos de vista que, en un momento determinado, y ante un despertar obligado y necesario, como el que deviene a mitad de una pesadilla, los pueblos, que serán en última instancia los verdaderos perdedores, pueden recobrar el poder que hoy empeña sus vidas a cambio de ganancias futuras. Francia ya dio muestra de ello; Alemania se sacude con torpeza y pesadez las ilusiones verdes y socialdemócratas; Inglaterra y España no dan muestras de vida y, sin embargo, poco tardarán en hacerlo. No olvidemos todos los factores que están en contradicción en este evento de trascendencia histórica; a pesar de que unos pesan más que otros, fenómenos como el que ahora observamos pueden significar, en un futuro, que la balanza se incline hacia la razón o hacia la barbarie.