La consolidación del capitalismo, y del socialismo, "procesos largos y tortuosos"
De la obra “Cómo el marxismo transforma al mundo”, del pensador chino Gu Hailiang, deseo resaltar algunos pensamientos que llaman mi atención. Dice en el capítulo V, que en el Manifiesto del Partido Comunista (1848) Marx y Engels señalaron que el advenimiento del socialismo y el fin del capitalismo constituían una necesidad histórica, y que podrían ocurrir relativamente pronto. No sucedió exactamente en ese año, y los defensores del capital afirmaban que Marx estaba equivocado; pero la cruda realidad vino a enfriar su optimismo cuando la clase obrera (si bien fugazmente) tomó el poder, 23 años después, con la Comuna de París, y en 1917 en Rusia en forma permanente. Después vinieron China, Cuba, Vietnam, entre otros. La práctica confirmaba así el vaticinio de Marx y Engels sobre el triunfo del socialismo y el carácter perecedero del capitalismo (ciertamente, no a la vez en todos los países); solo era cuestión de tiempo, de maduración de las contradicciones.
Y como la teoría marxista no es un dogma escrito en piedra, ellos mismos la enriquecieron a la luz de la práctica con la necesaria corrección. Como advierten los autores de la obra mencionada: en el “Prólogo a la contribución a la crítica de la economía política”, en 1859, Marx señaló que: “ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que sean posibles dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más elevadas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado dentro de la propia sociedad antigua”.
Con el tiempo vino, sin embargo, un revés: el colapso de la Unión Soviética y del bloque socialista de Europa oriental. Entonces, con renovados ánimos, los defensores del capitalismo festejaban, clamando que, ahora sí, los acontecimientos evidenciaban el carácter utópico del socialismo, su inviabilidad y fracaso final, y, como su correlato, la vitalidad y el carácter perenne del capitalismo. Destaca en este festín Francis Fukuyama y su obra “El fin de la historia y el último hombre” (1992). Pero se apresuraban.
Negaban la dialéctica del proceso histórico, el carácter ineluctable del desarrollo social, en vana pretensión de preservar el orden vigente. Y otra vez la realidad dio el mentís al conservadurismo que da la espalda al futuro. Rusia ha renacido de sus cenizas. Y China es la mayor evidencia, junto con Vietnam, Corea del Norte y otros, de que el capitalismo, al fin fenómeno histórico, llegará a su fin; son los heraldos de un nuevo orden. China es ejemplo en crecimiento económico: entre 2012 y 2021, su PIB acumuló un crecimiento de 75%, ubicando al país como la segunda economía. El PIB per cápita se duplicó (El Economista, 18 de octubre de 2022). Entre 2012 y 2019, antes de la pandemia, en tiempos normales, su PIB anual osciló entre 6 y 8%. En contraste el PIB promedio de Estados Unidos en la última década fue de 2.1%. Ciertamente, la construcción del socialismo en China no ha estado exenta de altibajos; ha debido retroceder en algunos aspectos, para luego cobrar impulso con más fuerza: como la corrección en el sistema de comunas rurales, o la introducción de inversión privada promovida por Deng Xiaoping (algo en esencia planteado ya por Lenin en la NEP); retrocesos, concesiones, sí, pero que le han permitido fortalecerse.
Pero Gu Hailiang ofrece además un argumento histórico. Destaca que los grandes cambios, hitos en la historia, no ocurren de un solo golpe, sino que registran avances y sufren retrocesos, hasta consolidarse, como ocurrió con el capitalismo en Inglaterra. Y también en México, afirmo yo: desde los primeros intentos, vacilantes aún, de maquinizar la industria (como los de Esteban de Antuñano) en tiempos de la guerra de Independencia. Hidalgo y Morelos, líderes iniciales de la guerra, fueron republicanos, inspirados en la Ilustración francesa (pensamiento burgués), pugnaban por una sociedad superior al feudalismo entonces prevaleciente. Mas la guerra la ganaron los terratenientes, con Iturbide a la cabeza: se instauró el Imperio, y el feudalismo siguió floreciendo. Más tarde, se orientaban hacia el capitalismo la Ley de desamortización de bienes de manos muertas y las Leyes de Reforma, procurando convertir la tierra en mercancía y eliminar las alcabalas, para abrir paso al mercado; pero el poder terrateniente supo frenar tales medidas. Por fin, la Revolución Mexicana, expresión suprema del conflicto de clase, vino a resolver en definitiva la contradicción; y, aun así, el antiguo régimen, negándose a morir, ofreció resistencia en la Decena Trágica y en la Guerra Cristera.
En Francia, con la Gran Revolución de 1789 la burguesía triunfó sobre el ancien régime, abriendo un parteaguas en la historia: el paso al capitalismo; pero en 1824 vino la restauración del régimen de la aristocracia terrateniente de la dinastía borbón, con Luis XVIII y Carlos X, hasta 1830, cuando sube al trono Luis Felipe de Orleans (el Rey burgués o “Rey de los banqueros”), significando el paso casi definitivo hacia la consolidación del régimen capitalista.
En Inglaterra, en 1642 Oliver Cromwell, promotor del orden capitalista, lanzó su revolución; dos años después tomó el poder; en 1649 fue ejecutado el rey Carlos I. Pero en 1659 cayó el protectorado de los Cromwell y vino la Restauración inglesa con Carlos II, y con él retornó la aristocracia terrateniente. Pero en 1688, con la Revolución Gloriosa, llegaba al trono Guillermo III de Orange, gobernante en Holanda, protestante y firme partidario del capitalismo. La revolución –hecho determinante– consolidaba en definitiva el poder de la burguesía, aunque en forma de monarquía constitucional, que perdura hasta hoy.
Así pues, el triunfo definitivo de la burguesía ocurrió en un proceso tortuoso y lento (como dicen los autores mencionados). Es la forma de movimiento en espiral formulada por Hegel, con retornos, como en círculo, pero en cada vuelta, a un nivel superior; en un doble movimiento combinado: circular y ascendente. Vista de otra forma, la historia no es una recta ascendente, sino con altibajos; un proceso, efectivamente, largo y sinuoso, pero cuya resultante final, como advertía Hegel, nos lleva de lo inferior a lo superior. Pero no debe olvidarse que, entre todos los vaivenes, el hecho que en la historia ha resuelto la contradicción fundamental ha sido la revolución social, entendida esta como cambio estructural: una nueva clase, de avanzada, en el poder económico y en el poder político. Ese es el cambio de raíz, aunque en su proceso de consolidación posterior sufra ajustes; o antes de ocurrir sea antecedida por jalones e intentos fallidos previos.
Resume esta idea un pensamiento de Deng Xiaoping contenido en la obra comentada: “Confío en que, en este mundo, las personas que estén de acuerdo con el marxismo serán cada vez más, porque el marxismo es ciencia. Con el materialismo histórico se reveló el patrón de desarrollo de la sociedad humana. El feudalismo reemplazó a la esclavitud, el capitalismo reemplazó al feudalismo, y el socialismo después de un proceso largo reemplazará inevitablemente al capitalismo. Esta es una tendencia general irreversible del desarrollo histórico de la sociedad, aunque el camino sea tortuoso. En estos cientos de años donde el capitalismo reemplazó al feudalismo, ¿cuántas restauraciones de la monarquía tuvieron lugar? Por eso, en algún punto, una regresión momentánea es un fenómeno inevitable. En algunos países el socialismo se ha encontrado con serios obstáculos, pero el pueblo se ha vuelto más fuerte y ha aprendido la lección, esto hará que el socialismo se desarrolle en una mejor dirección”.
Así como sucedió con la consolidación del capitalismo, no es de extrañar, pues, que ocurran tropiezos, aun después de la revolución, en la construcción del socialismo, pero que de ninguna forma significan su inviabilidad. Solo indican que para triunfar debe vencer resistencias, y muy fuertes. Pero a la postre resulta fortalecido.
Texcoco, México, a 5 de abril de 2023
Abel Pérez Zamorano es Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo. Doctor por la London School Of Economics.
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