Antorcha y los jóvenes

Por: Homero Aguirre Enríquez

Antorcha y los jóvenes

Recientemente, en medio de un preocupante panorama, fue celebrado el “Día Mundial de las habilidades de la Juventud”. Ignoro por qué le pusieron ese nombre tan “enigmático” a este día, pero resulta claro que, con habilidades o sin habilidades, no hay fuentes de empleo ni oportunidades de estudio para todos los jóvenes. Según la ONU, la proporción de jóvenes que ni estudian ni trabajan se mantiene muy alta, 30% para las mujeres jóvenes, 13% para los hombres jóvenes, y “se tendrían que crear 600 millones de puestos de trabajo en los próximos 15 años para satisfacer las necesidades de empleo de los jóvenes” (un.org, 15 de julio de 2022), algo que se antoja inalcanzable. Y si hablamos de formación académica, abundan las alarmas encendidas, por ejemplo, los datos globales calculan que al finalizar esta década habrá 300 millones de niños y jóvenes que no tendrán las competencias básicas en aritmética y alfabetización que necesitan para ir por la vida aunque sea desempeñando labores elementales y mal pagadas.

​Ante esos elementos, y otros que me ahorro dar en detalle pero que hablan de desesperación juvenil, de su creciente reclutamiento por el crimen organizado, del incremento de la drogadicción, de los suicidios y otros síntomas de desaliento entre los muchachos ante un mundo tan hostil, cito una declaración de un alto representante de un organismo internacional: “Mi generación debe asumir la responsabilidad de dónde estamos. Y, como dijo el Presidente (de Portugal), aunque probablemente podamos hacer algo para revertirlo, su generación heredará un planeta en problemas. Tendremos que hacer todo para revertirlo todo: revertir las decisiones políticas, revertir las decisiones económicas y revertir los comportamientos individuales” dijo recientemente a los jóvenes el secretario general de la ONU, António Guterres, en un foro convocado para analizar el deterioro de los océanos. Aunque resulten sedantes para algunos, la verdad es que, para cambiar al mundo y volverlo un lugar más habitable y humano, se requiere mucho más que palabras y ofrecimiento de disculpas a las nuevas generaciones. Se necesita lograr algo más material y tangible: redistribuir riqueza y eliminar la pobreza.

Esta semana fui invitado a una ceremonia de graduación con motivo del egreso de cientos de jóvenes de las escuelas de Tecomatlán, Puebla, un municipio emblemático por su grado de desarrollo y tranquilidad; urbanizado y lleno de jardines que resaltan en medio del árido paisaje de la zona, modernas canchas deportivas, un balneario y muchas escuelas y albergues para jóvenes y niños. El municipio es dirigido por militantes del Movimiento Antorchista y es un modelo de lo que quisiéramos que hubiera en todos los municipios de México.

El evento fue una mezcla armoniosa de bailes folclóricos, poesías y canciones de muy buena calidad interpretadas por los alumnos, junto con discursos emotivos y llenos de verdades. La joven que tomó la palabra a nombre de todos los graduandos, no se limitó a evocar simplemente sus vivencias escolares cotidianas sino que elevó su discurso para analizar la situación nacional de pobreza y marginación que padece nuestra patria, en la que la culminación de estudios universitarios no es la regla que se cumple para millones de jóvenes, sino una excepción que en este caso se debe a la existencia de un pueblo y organizaciones sociales que les procuraron orientación, escuelas, cobijo y alimentación. La recién egresada terminó con un vibrante llamado a sus compañeros para que no permanezcan indiferentes a lo que ocurre, sino que tomen partido al lado del pueblo para cambiar la situación, para que no sean indiferentes, lo que me trajo a la mente aquellas palabras de Gramsci: “… vivir significa tomar partido… La indiferencia es apatía, es parasitismo, es cobardía, no es vida. Por eso odio a los indiferentes… La indiferencia es el peso muerto de la historia. Es la bola de plomo para el innovador, es la materia inerte en la que a menudo se ahogan los entusiasmos más brillantes”.

Por su parte, el ingeniero Aquiles Córdova Morán, dirigente nacional del Movimiento Antorchista, quien fue invitado por los muchachos para ser el padrino de la generación que egresó, se refirió a los tiempos actuales como una época de egoísmo e inhumanidad crecientes, pues a pesar de que en el mundo los trabajadores generan riqueza suficiente para no padecer hambre, miseria, marginación y otros males, esa riqueza es concentrada como nunca ante en pocas manos que tienen todo y dejan sin lo elemental a la mayoría. Esa es también la explicación de lo que ocurre en nuestro país, donde crecen cada vez más los problemas sociales como la inseguridad, la violencia, el incremento del trabajo informal, los bajos salarios, la falta de empleo, la carencia de servicios como agua potable y drenaje, el pésimo sistema de salud y la baja calidad de la educación, entre otros, y sufrimos un gobierno que lo único que hace es repartir limosna social y comprar o coaccionar el voto pero no reparte la riqueza social, por lo que llamó a los egresados a sumarse a la tarea de promover un cambio no sólo de personas en el poder, sino de modelo económico, y hacer de México una economía fuerte, sin pobreza y con bienestar creciente, como ocurre en China, por ejemplo.

Esta escena esperanzadora, que protagoniza un pueblo organizado que ha creado condiciones materiales y espirituales para que un grupo de jóvenes que estudiaron o están estudiando una profesión y que han sufrido y entendido las causas de la pobreza y marginación en sus lugares de origen, sean capaces de escuchar con atención planteamientos profundos y comprometerse a militar en causas que lleven al país a un rumbo progresista que reparta riqueza y elimine pobreza, debe ser replicada en otras partes y a la mayor velocidad posible porque los jóvenes de México y del mundo enfrentan serios problemas y se requiere que ellos mismos actúen para dirigir y cambiar a su patria, alentados y educados por hombres y mujeres de grandes alcances teóricos, gran consecuencia práctica y practicantes de un humanismo profundo, volviéndose todos verdaderos militantes de la vida, como bien dijo el poeta Benedetti.