Opinión: Como dragón de primavera China va por la renovación
El presidente de la República Popular China (RPCh), Xi Jinping, declaró, en días pasados, que su país se halla en un ciclo de revitalización económica y tecnológica, con el que está superando los múltiples riesgos y desafíos que Occidente le plantea.
Jinping, quien habló durante el festejo del Año Nuevo del Dragón –el 4722 según el calendario chino– planteó también que, en estos tiempos, todo cambia de forma como nunca antes en la historia de la humanidad.
Es verdad, hoy, el Oriente se integra al eje de la hegemonía económica, científica y tecnológica; y el Occidente, donde hace 500 años emergió el capitalismo, ya no es el centro de este sistema hegemónico, razón por la que en Estados Unidos (EE. UU.) y la Unión Europea (UE) resurgen dinámicas de ultraderecha fascista.
En el marco de esta transición geopolítica, asociada a una crisis multidimensional que algunos llaman “civilizatoria”, China adopta una nueva filosofía de desarrollo que privilegia la alta calidad, con la que solventa las necesidades de su población (la segunda más grande del planeta) y participar en la cadena global de suministros como socio clave de la mayoría de los países.
Ante el gigante asiático, el decadente capitalismo occidental teme perder la hegemonía que detentó durante medio milenio; y para ocultar sus reveses intenta acorralarlo con sanciones financiero-mercantiles, un cerco militar en el Mar Oriental de China, el respaldo a Taiwán y una permanente guerra mediática.
Las instigaciones con respecto a Taiwán son constantes. En abril de 2023, la Cumbre de Ministros de Exteriores del G-7 ofreció “actuar con unidad” en ese asunto y respondió con dureza a la sugerencia del presidente francés Emmanuel Macron de que la UE evitara “verse arrastrada” por las tensiones entre EE. UU. y Beijing.
En la campaña mediática contra China participan gobiernos, organizaciones no gubernamentales (ONG), académicos, analistas y medios de prensa con la difusión de informaciones falaces, como las que hablan del “expansionismo militar, comercial y tecnológico chino”; y que la RPCh “recopila en secreto” millones de datos personales; “roba propiedades intelectuales” para obtener ventajas comerciales y “aplasta” a Hong Kong y al Tíbet.
En la hostilidad del gobierno estadounidense contra Beijing destaca la supuesta explotación contra los uigures, a quienes confina en “centros de lavado de cerebro” y con frío cálculo desinforma a socios –como México– mediante el uso de otras falacias.
Nuestro país, vecino y socio de EE. UU., también ha establecido relaciones comerciales con China y por ello es objeto de estas tramas embaucadoras diseñadas para que no se distraiga de su posición geopolítica y económica con respecto a la región de Norteamérica. Las mentiras, informes artificiosos y críticas de Washington se difunden desde centros académicos y medios de prensa en nuestro país.
Pero esta propaganda está condenada al fracaso, porque resulta ingenuo suponer que la gran potencia china sea tan arcaica que violente los derechos de sus minorías ciudadanas para sobrevivir a las presiones de Occidente.
Uigures y terrorismo
La relación México-China implica comprender el singular ascenso de Eurasia desde la perspectiva mundial. Además del surgimiento de nuevas fronteras, en sólo 20 años, se registraron las masacres en Afganistán (por tropas estadounidenses y la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF), la vuelta de los talibanes y el auge del Estado Islámico.
Después de la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), Kazajastán, Kirguistán y Tadjikistán compartieron fronteras con China. Entre Eurasia y Occidente está Xinjiang (que significa Nueva Frontera, y fue el Turquestán oriental), histórico paso de rutas comerciales y logísticas Cáucaso-Europa, además de representar un enlace entre China y Asia Central.
Xinjiang limita con ocho de los 13 países aledaños a China. Sus mil 665 millones de kilómetros cuadrados (km2), casi la superficie de Irán: mil 648 km2, se extienden en inmensos desiertos, cadenas montañosas y mesetas. Ahí hay gas y petróleo, carbón, hierro, zinc, cromo, níquel, cobre y, aunque el agua ha sido problema histórico, produce cereales, uvas, melones, manzanas y cría ganado.
Para atender a ese punto estratégico y sus habitantes, en 1955 se creó la región autónoma de Xinjiang, con capital regional en Urumqi. Su población de 25.9 millones de personas es multiétnica: Uigures (14.9 millones), Han (10.9 millones), kazajos, huis, tibetanos, tadjikos, kirguizos, uzbekos, tártaros, manchúes, mongoles, rusos y xibes, entre otros grupos.
Por su auge demográfico, en 10 años pasó del puesto 25 al 21, según el VII Censo Nacional de Población, levantado en 2020. En 68 años multiplicó su economía en más de 160 por ciento, y su Producto Interno Bruto (PIB) per cápita en 30 por ciento.
Atento a la dimensión histórico-económica de la región, en 2013, el gobierno chino la convirtió en “pivote” de sus iniciativas de La Ruta y la Faja con lo que la producción se perfiló a la exportación; y en 2020 salieron de la pobreza más de 3.06 millones de personas.
Pese a este desarrollo, analistas nutridos por la campaña contra China, difunden la “represión y exclusión” de Beijing contra los uigures “para acelerar su asimilación política”. No explican que los uigures –como todos los practicantes del Islam en China– tienen libertad; ya que ahí existe una mezquita por cada 530 musulmanes, cifra superior a la de otros países de religión islámica y al promedio de templos cristianos en Occidente.
Es claro que el de los uigures no es un conflicto religioso, sino político, explica la analista Irene Arcas. Sin embargo, Occidente insiste en denunciar la supuesta “represión sistemática” de la actividad uigur y justifica la violencia (la llama “desórdenes”) en Xinjiang entre 1990 y finales de 2016.
Pero Washington y sus aliados no explican el origen del financiamiento y adoctrinamiento de fuerzas extremistas autoras de miles de actos violentos en esa región y otros lugares de China que, entre los años 90 y 2015 asesinaron a gran número de personas, cientos de policías con cuantiosas pérdidas materiales sin una palabra de repudio de Occidente.
Al inicio del año 2000, el gobierno chino lanzó su Plan de Desarrollo para mejorar la situación de esos habitantes; “expertos” como Cullen S. Hendrix afirmaron que Beijing pretendía “consolidar ahí su autoridad y extender la influencia de la mayoritaria etnia Han”.
Paradójicamente, entre 2013 y 2018, cuando Beijing anunció sus iniciativas de La Ruta y la Faja en Xinjiang, escalaron las revueltas. La gobernabilidad se volvió difícil y, únicamente en 2015, entre dos mil y cuatro mil yihadistas se adhirieron al Estado Islámico en el espacio post-soviético y unos dos mil uigures reforzaron el brazo sirio del radical Partido Islámico del Turkestán.
Para el experto en yihadismo, Uran Botobekov, a ello contribuyeron las tácticas de influencia social del Estado Islámico para alentar el separatismo uigur, que preocupa tanto a Washington. Para remontar esa crisis, Beijing consideró a Xinjian como alta prioridad y aplicó el XIII Plan Quinquenal 2016-2020, invirtiendo grandes cantidades de dinero en corredores económicos, redes de transporte y desarrollo agrícola sostenible.
Aun así, el cinco de julio de 2009, extremistas internos y extranjeros cometieron un acto criminal que conmocionó al mundo al cooptar a personas que actuaron simultáneamente en varios lugares. Miles de terroristas asesinaron a 197 personas, hirieron a otras mil 700, dañaron 331 comercios y destrozaron mil 325 vehículos automotores.
Para frenar esta violencia, la RPCh decretó la Ley de Lucha Antiterrorista. De ahí la importancia de analizar a Xinjiang en torno a los mencionados grupos terroristas. Como resultado de esta política, desde 2017, la región ha estado libre de atentados.
Beijing ha emprendido múltiples proyectos. Sólo en 2019, antes de la pandemia de Covid-19, Beijing invirtió más de 35 mil millones de dólares (mdd) en 196 proyectos socioeconómicos que han mejorado el nivel de vida de la población; y en la coexistencia entre los creyentes de varias religiones.
Sin embargo, persiste la visión contra China, como la del investigador del Observatorio de Política Exterior Española, Nicolás de Pedro, quien, en los megaproyectos de Beijing, considera un factor importante para la estabilidad social el que la RPCh consolide “su dominio sobre los uigures”, razón por la que no descarta un nuevo ciclo violento.
Robert Kaplan ve un paisaje menos incendiario. En su libro La venganza de la geografía (2015) concluye que el Estado chino deberá tener buena relación con tibetanos, uigures y mongoles para enfrentar con eficiencia este desafío étnico.
Capital, miedo y mentira
Los clásicos chinos argumentan que oír a ambos lados trae luz; y oír a un solo lado trae oscuridad. La guerra multidimensional de Washington contra Beijing eligió la cuestión uigur para que se piense que los estadounidenses son progresistas y solidarios ante amplios sectores de Occidente.
Pero detrás de esta campaña mentirosa, y de la supuesta defensa de los derechos humanos de los uigures, se encuentran las apetencias estadounidenses de dominar la industria agrotextil, en la que los chinos avanzan, así como silenciar la explotación de trabajadores por corporaciones textileras trasnacionales de Occidente en Pakistán, Bangladesh, México y otros países.
En septiembre de 2023, el diario francés Le Monde escribió: “Por favor, no mires a la región uigur con los ojos vendados”, expresión con la que reprodujo la versión de que los maltratados uigures pueden recibir ayuda de Occidente.
El 24 de ese mismo mes, El País Semanal publicó un artículo en el que se afirma que, detrás del pescado que se consume en Occidente se halla el “trabajo forzado uigur”. Su fuente provenía de una “investigación” de la ONG Proyecto Oceánico Proscrito, de la que se desprendió el supuesto de que en pesquerías de mariscos de Xinjiang, se utiliza fuerza de trabajo esclava.
Esta mentira se reproduce desde hace tiempo. El 27 de mayo de 2022, la BBC de Londres publicó: “Archivos secretos revelan el represivo sistema en campos de reeducación de uigures en China”. Como única “prueba” del supuesto internamiento forzoso de uigures y otras minorías el autor, John Sudworth, ofreció a su audiencia informaciones y fotografías filtradas por denunciantes anónimos.
El dos de diciembre de ese año, la Foreign Affairs publicó el artículo “El trabajo forzado uigur probablemente ayudó a construir tu auto”, en el que sostenía que el mundo usa autopartes provistas por “mano de obra esclava” en Xinjiang; y urgía a los gobiernos y fabricantes de autos a boicotear a China.
Desde mayo de 2021, varios estados fieles al capitalismo corporativo (EE. UU., Canadá, Reino Unido y la UE) aplican sanciones y boicotean a la RPCh con el alegato, obviamente sin demostrarlo, de que la explotación de los uigures duplica los beneficios de las empresas chinas.
Para constatar la veracidad de estos planteamientos, varios expertos franceses visitaron Xinjiang, entre ellos el investigador Maxime Vivas; el geopolitólogo y líder de la Asociación Zafir para la Promoción de la Cooperación Euroasiática, Aymeric Monville; y la periodista de Nueva Unidad, Christine Bierre. Ellos recorrieron con libertad la región: el Gran Bazar de Urumqi; conocieron las campañas contra la radicalización ideológica; conversaron con funcionarios, comerciantes, estudiantes, transportistas y otros ciudadanos.
En mayo de 2021, el Secretario del Grupo de Shanghai, Vladimir Rozanskij, visitó la región en compañía de una delegación de diplomáticos rusos y uzbekos quienes, a su retorno, informaron que en las fábricas, pesquerías y en las áreas rurales prevalecía la “salud laboral” y que los “campos de concentración” eran escuelas de oficios y asignaturas anti-radicales.
Vieron que en China, como en Reino Unido, los policías no van armados; y se ven menos que en las calles de otros países de Occidente; que los ciudadanos disfrutan el tiempo libre, viajan dentro y fuera; y que su nivel de vida va en ascenso. Constataron la libre circulación de personas (las mujeres iban y venían solas o acompañadas) y que muchas utilizaban autos eléctricos, que son raros en cualquier país musulmán, pero no en Xinjiang.
Los expertos antihegemónicos coinciden en que para EE. UU. es un objetivo determinante la desestabilización de la región autónoma de Xinjiang; y que su obsesión lo ha llevado a desatar una implacable y sin reposo “guerra del algodón” contra China.
El sector textil representa más del 14 por ciento del PIB chino, según la Asociación China de Textil del Algodón. Por sí sola, Xinjiang representa la quinta parte de la producción mundial de ese material. De ahí que el experto del Real Instituto Elcano, Mario Esteban, revele: “Con un territorio que equivale tres veces a la superficie de España y una potente estructura empresarial e industrial, es claro que la industria algodonera y textil de Xinjiang no usa trabajo forzoso”.
Como parte de esta “guerra del algodón”, el gobierno estadounidense emitió la “Ley de Prevención del Trabajo Forzado Uigur” para vetar la importación de ropa con algodón producida en esa región china. Pero su objetivo no es proteger a esa minoría, sino eliminar a su mayor competidor del mercado mundial, pues China produce 5.9 millones de toneladas métricas de esa fibra.
India lidera la producción de algodón con 6.4 millones; le sigue China; EE. UU. ocupa el tercer lugar, con 4.3 millones; y les siguen Brasil, Pakistán y Turquía. Por eso, en 2020, el entonces presidente estadounidense Donald Trump aprobó una ley que prohibía la importación de fibra de Xinjiang.
Sin embargo, la Bolsa de Algodón de Bremen –órgano de arbitraje internacional desde 1872– considera difícil aplicar ese veto, dada la complejidad de las cadenas globales de suministro. “Una vez procesado, se exportaría como hilo o tejido a terceros, que lo transformarían y llevarían al mercado estadounidense”.
Para alimentar esta guerra, las ONG Instituto Australiano de Política Estratégica y Human Rights Watch, y la Universidad de Stanford denunciaron a las marcas H&M, Nike y Burberry por “violar derechos de uigures”. Ante esta presión, tales consorcios protestaron contra esa “explotación” y los ciudadanos chinos llamaron a boicotearlas para no perder los mil 400 millones de clientes, provocando que esas firmas retiraran su condena.
La campaña contra China también prosperó dentro de la Oficina del Alto Comisionado de la Organización de las Naciones Unidas (OHCHR). En mayo de 2022 subió el tono contra Beijing por presunto “genocidio”, “opresión religiosa” y otros abusos cometidos en Xinjiang; incluso la comisionada Michelle Bachelet visitó esta región autónoma.
Después de realizar un recorrido por numerosos centros de trabajo y tras reunirse con trabajadores y autoridades locales, Bachelet no pudo refrendar las falacias imperiales. Declaró que dialogó libremente en la región, reconoció la vocación multilateral de Beijing y sus logros por reducir la pobreza y proteger los derechos humanos y laborales de los grupos vulnerables.
Entonces EE. UU. presionó más a Bachelet hasta que ésta dimitió en junio; después urdió otra campaña de manipulación, ahora dentro de la OHCHR, para que redactara y difundiera –sin autorización del Consejo de Derechos Humanos– el informe Evaluación sobre Cuestiones Preocupantes de Derechos Humanos en Xinjiang, China.
Este documento, difundido el 20 de septiembre, provocó la denuncia de 60 países contra la injerencia extranjera sobre China y el respaldo político a la RPCh de unas mil organizaciones internacionales y chinas.
Exhibir las mentiras
Para anular a su rival geopolítico, EE. UU., la UE, Reino Unido y Canadá sancionaron y vetaron viajes de funcionarios a la región de Xinjiang y a quienes “asistan económicamente” a Beijing.
El gobierno de Xi Jinping convocó a embajadores de la UE y del RU, y les explicó que los “campos de concentración” en realidad son centros donde se ilustra a las personas sobre los riesgos del extremismo religioso y sobre el separatismo; además, denunció la ilegal injerencia en su política interna de cuatro fundaciones europeas, entre ellas la danesa Alianza de las Democracias y la de Anders Fogh Rasmussen, exsecretario de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
En enero, el canal de televisión CGTNN transmitió un programa de análisis en el que participaron sociólogos, antropólogos, politólogos y economistas que desmantelaron la mentira occidental con esta conclusión: “En un país que posee el 40 por ciento del total de patentes mundiales de invención no tendría sentido el uso del trabajo forzado y menos el de la violencia”.
Ninguno de los grandes medios de comunicación estadounidenses, de Reino Unido y de la UE reprodujo ni comentó esta conclusión, ni la serie de cinco episodios de La última frontera del mundo de CGTN, en torno a la vida diaria de los uigures. La académica australiana independiente Maureen Huebe difundió en su cuenta de X que el PIB de Xinjiang y su población crecen rápidamente. Ello le ganó miles de seguidores y acosadores que la culparon por servir a Beijing. Al final, su cuenta fue bloqueada
Beijing afirma que Occidente difunde información sobre Xinjiang “con malicia, mentiras y desinformación” que perjudican los intereses y la soberanía china. En 2021, el sinólogo Javier García denunció la “bochornosa guerra informativa” de una agencia anglosajona que, al saber que China curaba el cáncer más rápido y barato que otro país, subtituló: “Pero demasiado rápido”. Al mismo tiempo, ese medio calificó el alza de impuestos a las empresas tecnológicas como “campaña de represión”.