Opinión: Graduados universitarios: desempleo, bajos salarios e informalidad

Opinión: Graduados universitarios: desempleo, bajos salarios e informalidad

Es un sueño de estudiantes universitarios o de nivel técnico, sobre todo de origen humilde, encontrar al egresar un empleo bien remunerado, para ayudar a sus familias. Y en las escuelas se les alienta la esperanza de que la sociedad les recompensará por tantos años de estudio. Un verdadero espejismo, pues el sueño se vuelve pesadilla. La cruda realidad es diferente. Primero, un alto porcentaje no encuentra trabajo. A este respecto, Gerardo Hernández, en artículos de fecha 18 de julio y 11 de agosto de este año, publicados por El Economista (Capital Humano), proporciona interesantes datos: “Hay un tema estructural, el sueño de la educación no funciona como debería […] [el mercado laboral] tiene problemas estructurales que limitan el ejercicio de la profesión, coinciden los especialistas consultados (El Economista, 18 de julio). Más puntualmente, la OCDE: “A través de su informe Habilidades en Latinoamérica, evidencia que los jóvenes menores de 24 años tienen el doble de posibilidades de estar desempleados en comparación con las personas mayores de 25 años” (El Economista, 11 de agosto). Y los salarios son bajos para aquellos que obtienen empleo. “… los jóvenes con una ocupación tienen un ingreso promedio de 6,316 pesos mensuales, de acuerdo con las estimaciones del Coneval para el periodo enero-marzo de este año (Ibid.)”.

Se agrega a lo anterior la frustración de emplearse en actividades diferentes al área de conocimiento que estudiaron. “La mitad de los universitarios no ejerce su carrera […] tener un título académico no es garantía en el mercado laboral” (El Economista, 18 de julio). Más precisamente: “La última Encuesta Nacional de Egresados (ENE) del Centro de Opinión Pública de la UVM evidencia que 49.7 por ciento de los graduados universitarios en el país ingresa al mercado con un empleo que no se vincula por completo con la carrera que cursaron, cifra que implica un crecimiento de nueve puntos porcentuales en dos años. Esta proporción se reduce a 39.7 por ciento conforme se avanza en la trayectoria laboral…” (El Economista, 18 de julio). 

Sin embargo, el problema es mayor, pues estas estadísticas solo consideran a egresados radicados en México, pero no a los que emigraron, la fuga de cerebros: “Según un estudio de la OCDE, México es el país latinoamericano más afectado por ese fenómeno y el séptimo a nivel mundial […] Hoy, la cifra ronda los 1.2 millones […] según Tonatiuh Anzures, Investigador Asociado Honorario del University College London (UCL)” (DW, 29 de octubre de 2021). En Estados Unidos y Canadá, un gran número realiza actividades diferentes a su profesión. Otra fuente ofrece un panorama más tétrico: “[…] 1.4 millones de profesionistas mexicanos se encuentran en el extranjero y poco más de 30 mil posgraduados radican en al menos 56 países, recalcó la funcionaria [la directora del Conacyt]” (Fuente: Mural, portal de noticias, Guadalajara, 23 de marzo de 2023, en reporte sobre el libro La Migración Altamente Calificada de Cara al Siglo XXI, de Raúl Delgado Wise et al., FCE-Conacyt).

Ante la falta de trabajo y la precariedad del empleo en el sector formal, muchos egresados hallan refugio en la informalidad. “En general, los jóvenes que van entrando al mercado laboral cuando se gradúan […] tienen una tasa de informalidad más alta...” (El Economista, 18 de julio). Para mayor precisión: “… la tasa de informalidad general es de 55 por ciento, pero entre las personas ocupadas de entre 15 y 29 años de edad, ésta se eleva al 66.9 por ciento. Es decir, casi 7 de cada 10 jóvenes, de acuerdo con los datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo” (El Economista, 11 de agosto). Como resultado de esta situación, no es de sorprender que miles de jóvenes terminen enrolados en actividades delictivas y pierdan ahí la vida.

O van por “la creación de sus propias empresas”, el autoempleo. “Según la última ENE […] [hay] un crecimiento en el trabajo independiente” (El Economista, 11 de agosto). O sea, “ser emprendedores”, a lo que se les induce incluso desde las aulas. En otras palabras: ¿quieres empleo y trato respetuoso?, pues genéralo tú. Así, la economía formal se desentiende de su obligación de generar empleo. Pero fundar empresas, salvo situaciones muy particulares, tampoco es salida viable para los millones de egresados: la esperanza de vida de las empresas recién creadas es de solo 7.8 años (Inegi). Sencillamente se impone la ley general de la acumulación del capital, irrefrenable tendencia a la monopolización y a la saturación de capitales.

El análisis convencional del problema se dispersa en explicaciones aisladas, manifestaciones fenoménicas, que, sin ser falsas, quedan en la superficie; por ejemplo: carreras sobrepobladas, que generan desempleados; falta orientación vocacional; burocracia para abrir nuevas carreras, y tardanza en responder a la demanda empresarial; una brecha de habilidades intergeneracional; discriminación de género, y en muchos casos hasta la apariencia física como criterio de selección. Todo eso es cierto, indudablemente, pero no basta para explicar el fenómeno. Y en el colmo del escarnio, se culpa de su desventura a los propios jóvenes. Absurdamente, se les exige experiencia laboral cuando apenas egresan; y para explotarlos mejor, se les “novatea” pagándoles salarios bajos, arguyendo… “su falta de experiencia”. Y todo esto a ciencia y paciencia del gobierno, de los anteriores y de este también.

De estos análisis derivan, los empresarios y sus teóricos, propuestas como que: las escuelas formen egresados con el perfil exacto que las empresas requieren, y ciertamente, deben desarrollarse esas competencias para que puedan insertarse exitosamente en el mercado laboral. Pero no podemos atar el futuro solo a las exigencias de las empresas y hacer del sistema educativo su rehén. Si de ellas hacemos depender las cosas, seguirá aumentando, por ejemplo, el desempleo tecnológico, pues así les conviene. El perfil del egresado debe responder también a las necesidades sociales. Tampoco debe promoverse la especialización prematura en la universidad; el conocimiento general muestra ser útil para abrirse paso en un mercado laboral tan limitado.

El problema, más allá de aspectos específicos y operativos, es estructural. En un país sin verdadero desarrollo, como el nuestro, el sistema empresarial neoliberal y el propio gobierno se muestran incapaces de absorber a los egresados. “Entre las economías que integran la OCDE, nuestro país tiene una de las tasas de empleo más bajas entre personas con educación universitaria. En el polo opuesto, México tiene una de las cifras más altas de empleo entre personas con educación primaria” (El Economista, 18 de julio). Ello es así, precisamente porque el modelo maquilador imperante basa su “competitividad” en la venta de fuerza de trabajo barata, con poca o ninguna capacitación. La ciencia aplicada no es prioridad.

La realidad aquí expuesta revela el fracaso de los programas de la 4T, como “Jóvenes Construyendo el Futuro”, para promover realmente el empleo de calidad: “Hay 17.4 millones de jóvenes que están en alguna condición desfavorable: sin empleo, en pobreza o en un empleo precario” (El Economista, 11 de agosto)”. Además, actualmente, según la OCDE, 21 por ciento de los jóvenes entre 14 y 28 años no estudian ni trabajan. Así, pues, ya en la recta final de su gobierno, el legado de López Obrador será una juventud en peores condiciones.

Pareciera no haber salida, pero la hay: los jóvenes, universitarios, y no universitarios, deben sumarse a la lucha por cambiar el modelo económico; dejar de buscar soluciones individuales a un problema que es de naturaleza social, que abarca a la sociedad en su conjunto, y que es consecuencia de la estructura económica. Deben dejar de vivir de ilusiones, pensando que al egresar les está deparado el paraíso terrenal, empleos por doquier, dignos, donde apliquen sus conocimientos y les paguen lo que se merecen por el esfuerzo de tantos años de estudio, o bien, que fundarán fácilmente sus empresas exitosas. Urge transformar la sociedad, y los jóvenes, junto con otras fuerzas sociales, necesitan sumar sus conocimientos para contribuir a ello, so pena de seguir padeciendo, ellos y sus familias, los efectos del actual orden de cosas.

Texcoco, México, a 16 de agosto de 2023

Abel Pérez Zamorano es Doctor en Desarrollo Económico por la London School of Economics/ Profesor - Investigador en la Universidad Autónoma Chapingo.

Síguelo en Twitter como @aperezzamorano