Opinión: El nuevo paradigma, similitudes políticas en Estados Unidos y México

Opinión: El nuevo paradigma, similitudes políticas en Estados Unidos y México

Resultan sorprendentes las similitudes de lo que políticamente está pasando en diferentes países y la ruta que se ha seguido para golpear a las clases medias a costa del uno por ciento más rico. Esto lo hemos visto tanto en Estados Unidos como México con terribles consecuencias para la enorme mayoría que pensamos de manera ilusa en que las cosas pueden mejorar.

Este tema es abordado de manera extraordinaria en un artículo de Jeff Thomas publicado el 1 de julio en el portal de internationalman.com y titulado “Por qué el nuevo paradigma era inevitable”, en el que se aborda la secuencia de enriquecimiento de un grupo minoritario coludido con las fuerzas políticas gobernantes en cada momento de la historia. Obvio, Jeff Thomas escribe respecto de la situación estadounidense y yo incorporo los elementos de la política y economía de México.

El artículo comienza mencionando que así como las personas pasan por una vida que consta de diferentes etapas, los imperios también tienden a seguir un patrón de etapas. Suelen comenzar lentamente, progresando como resultado del trabajo y el crecimiento de su productividad, entendiendo que el progreso depende del esfuerzo personal y del espíritu emprendedor.

Es importante entender esto, ya que es esencial para el crecimiento de una nación. Ningún país se convierte en imperio por complacencia o por falta de productividad. Los estados de bienestar no se convierten en imperios, aunque la mayoría de los imperios terminan siendo estados de bienestar.

Entonces, si ese es el caso, ¿cuál es la progresión histórica? Y, lo que es más importante, ¿qué significa esto, teniendo en cuenta los dramáticos cambios que se están produciendo actualmente en gran parte del mundo?

Prosperidad

Como se dijo, la prosperidad se crea a través de una sólida ética de trabajo y un espíritu emprendedor en una parte importante de la población. Esto es lo que genera la creación de riqueza: una condición en la que las personas invierten su tiempo y dinero en una empresa comercial que genera ganancias. Luego, las ganancias se reinvierten para ampliar ese éxito.

En las primeras etapas de prosperidad, quienes crean la riqueza son reverenciados, ya que los bienes y servicios que crean benefician a todos, incluso a aquellos que pueden ser menos ambiciosos o menos creativos y tal vez nunca lleguen a ser líderes empresariales. El conocimiento irradia y todos pueden hacer negocios.

Pero, inevitablemente, habrá quienes busquen prosperar excluyendo a los demás. Esta tendencia se observó alrededor de 1900 en Estados Unidos y a partir de la época del “desarrollo estabilizador” y hasta el periodo neoliberal de México. Fue una época en la que en Estados Unidos los empresarios más ricos del país descubrieron que, si se unían, podían comprar ambos partidos políticos, lo que significaría que, independientemente de qué partido tuviera el poder, se podría contar con que el gobierno aprobaría leyes que protegerían sus monopolios y harían cada vez más difícil el éxito de la competencia. En el caso de México fue más sencillo porque los empresarios se dieron cuenta de que podían beneficiarse obteniendo concesiones y obras públicas beneficiándose de un capitalismo de cuates, haciendo negocios con quienes ocupaban los puestos públicos del partido en el poder.

Disparidad de riqueza

Por supuesto, el objetivo de esto fue que hubiera un pequeño número de individuos y corporaciones en la cima, que estarían en condiciones de dividirse el pastel entre ellos y arrojar las migajas a los que están debajo de ellos.

Con el tiempo, esto llevaría a que quienes están en la cima se volvieran excesivamente ricos, mucho más de lo que sería normal para su nivel de inversión. Y muy pocos individuos y corporaciones nuevos podrían ingresar a esta camarilla. Sólo se permitiría la entrada a aquellos que pudieran aumentar el tamaño del pastel.

Resentimiento

No es sorprendente que esto, con el tiempo, generara resentimiento entre aquellos que quedaron fuera del negocio. Cuando esto se volviera generacional, con un cambio mínimo, los «ricos codiciosos» se convertirían en el segmento más odiado de la población.

Aquellos que lleguen a comprender que nunca podrán avanzar a la capa superior llegarán a considerarse «privados de sus derechos».

Esto a su vez resulta, eventualmente, en la conciencia de que el «hombre común» representa a la mayoría de los votantes, lo que luego es aprovechado por políticos y candidatos oportunistas.

Cada vez más, los aspirantes a puestos de elección popular piden que grave más a los que más tienen, a ese uno por ciento más ricos. Con cada elección estas promesas se renuevan. Y cada vez los políticos plantean mayores exigencias.

Por supuesto, el uno por ciento ya está dirigiendo el circo con los diferentes grupos políticos y puede asegurarse de que se les graven muy pocos impuestos, si acaso. Pero hay que obligar a alguien a pagar, por lo que los políticos van tras la clase media, gravándola cada vez más hasta que, después de décadas de aumentos, se la exprime hasta el límite.

Como dijo Vladimir Lenin: «La manera de aplastar a la burguesía es molerla entre las piedras de molino de los impuestos y la inflación».

En este punto, la disparidad de riqueza está en su punto máximo y el resentimiento se convierte en ira. Aquellos a quienes durante décadas se les ha prometido una «parte justa» se dan cuenta de que, en cambio, han sido vendidos.

Y aquí es donde se pone interesante.

Tradicionalmente, una vez que la población estaba lo suficientemente resentida como para que el sistema estuviera en peligro, los pocos que constituían la elite gobernante probablemente decían esencialmente: «Déjenlos comer pastel». Esto, en última instancia, conduciría a su ruina.

Pero hoy tenemos la ilusión de la democracia, lo que permite un paradigma diferente.

Colectivismo

Desde la época de la Revolución Francesa en adelante, hemos tenido la construcción del colectivismo con la cual trabajar.

En lugar de desafiar al hombre común, derrótalo haciendo que te vean que estás de acuerdo con él.

Crear figuras políticas que pidan una reingeniería de la sociedad: «Un resultado igualitario para todos. Quitar la riqueza a los ricos que la robaron y devolvérsela al hombre común».

Estos tópicos se venden bien cuando el resentimiento ha alcanzado su punto máximo.

Pero el beneficio secreto para la elite gobernante es que la nueva generación de políticos sigue trabajando para el uno por ciento, tal y como siempre lo han hecho los políticos.

Y el colectivismo beneficia al uno por ciento incluso más que cualquier sistema de libre mercado. Debajo de él, el hombre común no se levanta y casi no se queja porque quiere que lo sigan manteniendo, como se le prometió. En cambio, la clase media es rebajada al mismo nivel que el hombre común, creando una pobreza uniforme.

Como afirmó Winston Churchill: «El vicio inherente del capitalismo es el reparto desigual de las bendiciones; la virtud inherente del socialismo es el reparto equitativo de las miserias».

Por lo tanto, no debería sorprendernos que, cuando un imperio como el de Estados Unidos o un país como México comienza a desmoronarse, la élite gobernante que realmente posee el país esté lista y ansiosa por crear una transición que aparentemente beneficiará al hombre común pero que, en cambio, lo esclaviza en un grado mayor de lo que jamás podría haber imaginado.

Por lo tanto, no debería sorprendernos que en los últimos meses Estados Unidos haya sido testigo de un drama cuidadosamente orquestado en el que el modelo de los ricos codiciosos –el presidente de Estados Unidos– cae en llamas.

Y los héroes de la obra aparecen en el centro del escenario, brindando una letanía de promesas colectivistas que provocarán aplausos de la población.

Y así se activa la trampa. Un futuro totalitario disfrazado de panacea.

Como P.T. Barnum dijo: «Cada minuto nace un tonto», y no hay mayor tonto que un votante que realmente cree que hay una olla de oro al final del arco iris. Su vana esperanza es que, aunque todos los gobiernos colectivistas de la historia no han cumplido sus promesas y, en cambio, han resultado en una miseria uniforme, esta vez será diferente y el nuevo gobierno cumplirá las ahora trilladas promesas vacías.

El nuevo paradigma era tan inevitable como duradero y, en última instancia, destructivo.

Para cerrar, nos quedamos con la nota del editor: Las ideas económicas equivocadas están avanzando rápidamente en Estados Unidos. Con toda probabilidad, el público votará cada vez más «cosas gratis» hasta que esto provoque una crisis económica.