El imperio estadounidense está quebrado
Ahora en día vemos que nuevamente Estados Unidos se acerca a alcanzar su límite máximo legal de contratación de deuda por parte de su gobierno federal, el cual asciende a 31.38 billones de dólares. Esta no es la primera vez que sucede y conforme avanza el tiempo y los legisladores estadounidenses no se ponen de acuerdo para aumentarlo, es que comenzamos a escuchar toda clase de comentarios de los riesgos que conlleva que el país más poderoso del mundo no pueda servir si quiera el costo financiero de su deuda pública. La propia Secretaria del Tesoro, Janet Yellen, ha declarado que el gobierno federal se quedará sin efectivo el 1 de junio. Cabe señalar que durante la administración de Trump, la deuda nacional aumentó aproximadamente $7.8 billones de dólares, y bajo la administración de Biden hasta ahora, ha aumentado alrededor de $3.7 billones.
En este contexto, en el que se debate un nuevo límite para el endeudamiento, vale la pena comentar el artículo de John Michael Greer, publicado el pasado 1 de mayo en el portal de internet UnHerd.com, y titulado “El imperio de Estados Unidos está en bancarrota”, en el cual se hace una relatoría de como el dólar está siendo destronado y llegando a su ocaso.
El artículo comienza con lo básico. Menciona que aproximadamente el 5% de la raza humana vive actualmente en los Estados Unidos. Esa fracción muy pequeña de la humanidad, hasta hace muy poco tiempo, disfrutó de alrededor de una tercera parte de los recursos energéticos y productos manufacturados del mundo y alrededor de una cuarta parte de sus materias primas. Esto no sucedió debido a que nadie más quisiera esas cosas y tampoco se debe a que EE.UU. produzca y exporte algo tan tentador que provoque que el resto del mundo quiera entregar ansiosamente su riqueza a cambio. Sucedió porque, como nación dominante después de la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. impuso patrones de intercambio desequilibrados en el resto del mundo, y estos canalizaron una parte desproporcionada de la riqueza del planeta hacia sí mismos.
No hay nada nuevo en este tipo de arreglo. En su momento, el Imperio Británico controló una parte aún mayor de la riqueza del planeta, y el Imperio Español desempeñó un papel comparable mucho tiempo atrás. Antes de eso, hubo otros imperios, aunque los límites tecnológicos en el transporte provocaron que su alcance no fuera tan grande. Poderosos imperios florecieron en Asia y África cuando los pueblos de Europa vivían todavía en chozas de barro con techo de paja. Los imperios surgen cada vez que una nación se vuelve lo suficientemente poderosa como para dominar a otras naciones y drenarles la riqueza. Han prosperado desde que existen registros y, sin duda, prosperarán mientras existan civilizaciones humanas.
El imperio de Estados Unidos nació a raíz del colapso del Imperio Británico, durante las guerras fratricidas europeas de principios del siglo XX. A lo largo de esos amargos años, el papel de quien sería la potencia hegemónica mundial estuvo en juego, y alrededor de 1930 estaba bastante claro que Alemania, la Unión Soviética o los EE.UU. terminarían llevándose el premio. Como se sabe, dos de estos contendientes unieron sus fuerzas para acabar con el demonio encarnado en el Tercer Reich, y luego los vencedores se enfrentaron entre sí, forjando esferas de influencia en competencia hasta que una colapsó. Cuando la Unión Soviética se derrumbó en 1991, Estados Unidos emergió como el último imperio en pie.
Francis Fukuyama insistió en un ensayo de 1989 en que, habiendo ganado el puesto de líder global, Estados Unidos estaba destinado a permanecer allí para siempre. Estaba, por supuesto, equivocado. El ascenso de un imperio implica que otros países aspirantes al mismo estatus comenzarán a afilar sus cuchillos. También podrán usarlos, porque los imperios invariablemente se destruyen a sí mismos: con el tiempo, las consecuencias económicas y sociales del imperio destruyen las condiciones que hacen posible el imperio. Eso puede suceder rápida o lentamente, según el mecanismo que cada imperio utilice para extraer riqueza de sus naciones sometidas.
El mecanismo que usó EE. UU. para este último propósito fue ingenioso e incluso con resultados de más corto plazo que la mayoría. En términos simples, EE.UU. impuso una serie de arreglos monetarios a la mayoría de las demás naciones que garantizaban que la mayor parte del comercio internacional utilizaría dólares estadounidenses como medio de intercambio, y se encargó de que una parte cada vez mayor de la actividad económica mundial requiriera comercio internacional. Esto permitió al gobierno de EE.UU. imprimir billones de dólares de la nada a través de gigantescos déficits fiscales, de modo que los intereses estadounidenses podrían utilizar esos dólares para comprar grandes cantidades de la riqueza mundial. Dado que el exceso de dólares es recogido por los bancos centrales y las empresas comerciales en el extranjero, que los necesitaban para su propio comercio exterior, la inflación se mantuvo bajo control mientras las clases ricas de los EE.UU. se beneficiaban enormemente.
El problema con este esquema es la misma dificultad que enfrentan todos los esquemas piramidales o Ponzi; y es que tarde o temprano, te quedas sin tontos para atraer. Esto sucedió poco después del cambio de milenio, y junto con otros factores, en particular el pico de la producción mundial convencional de petróleo, condujo a la crisis financiera de 2008-2010. Desde 2010, Estados Unidos ha estado dando tumbos de una crisis a otra. Esto no es accidental. La bomba de riqueza que mantuvo a EE. UU. en la cúspide de la pirámide mundial se ha estado desvaneciendo a medida que un número creciente de naciones ha encontrado formas de mantener una mayor parte de su propia riqueza mediante la expansión de sus mercados internos y el aumento del tipo de barreras comerciales que utilizó EE. UU. antes de 1945 para construir su propia economía.
La única pregunta que queda es qué tan pronto la bomba comenzará a fallar por completo.
Cuando Rusia lanzó su invasión de Ucrania en febrero de 2022, EE.UU. y sus aliados respondieron no con la fuerza militar sino con sanciones económicas punitivas, que se esperaba que paralizaran la economía rusa y obligaran a ese país a ponerse de rodillas. Aparentemente, nadie en Washington consideró la posibilidad de que otras naciones interesadas en socavar el imperio estadounidense pudieran tener algo que decir al respecto. Por supuesto, eso es lo que pasó. China, que tiene la economía más grande del mundo en términos de poder adquisitivo, le pinto su dedo medio a Washington y aumentó sus importaciones de petróleo, gas, granos y otros productos rusos. Lo mismo hizo India, actualmente la tercera economía más grande de la tierra en los mismos términos; al igual que más de 100 otros países.
Y pues también está Irán, sobre el cual la mayoría de los estadounidenses son impresionantemente tontos. Irán es la decimoséptima nación más grande del mundo, más del doble del tamaño de Texas y aún más rico en petróleo y gas natural. También es una potencia industrial en auge. Tiene una industria automotriz próspera, por ejemplo, y construye y lanza sus propios satélites orbitales. Ha estado lidiando con severas sanciones estadounidenses desde poco después de la caída del Shah en 1978, por lo que es una apuesta segura que el gobierno iraní y el sector industrial conozcan todos los trucos imaginables para eludir esas sanciones.
Justo después del comienzo de la guerra de Ucrania, Rusia e Irán repentinamente comenzaron a firmar acuerdos comerciales en gran beneficio para Irán. Claramente, una parte del quid pro quo fue que los iraníes transmitieron su conocimiento ganado con tanto esfuerzo sobre cómo eludir las sanciones a una audiencia atenta de funcionarios rusos. Con un poco de ayuda de China, India y la mayor parte del resto de la humanidad, el fracaso total de las sanciones se produjo en poco tiempo. Hoy, las sanciones están perjudicando más a EE.UU. y a Europa, no a Rusia, pero el liderazgo político de EE.UU. se ha metido en una posición de la cual no puede retroceder. Esto puede contribuir en gran medida a explicar por qué la campaña rusa en Ucrania ha sido tan pausada. Los rusos no tienen por qué darse prisa. Saben que el tiempo no está del lado de Estados Unidos.
Durante muchas décadas, la amenaza de ser excluido del comercio internacional por las sanciones de EE.UU. fue el gran garrote que Washington utilizaba para amenazar a las naciones rebeldes que no eran lo suficientemente pequeñas para una invasión de EE.UU. o lo suficientemente frágiles para una operación de cambio de régimen respaldada por la CIA. Durante el último año, resultó que ese gran palo estaba hecho de madera de balsa y se partió en la mano de Joe Biden. Como resultado, en todo el mundo, las naciones que pensaban que no tenían otra opción que usar dólares en su comercio exterior están cambiando a sus propias monedas o a las monedas de las potencias emergentes. El día del dólar estadounidense como medio de cambio global está terminando.
Ha sido interesante ver a los expertos económicos reaccionar ante esto. Como era de esperar, bastantes de ellos simplemente niegan que esté sucediendo; después de todo, las estadísticas económicas de años anteriores aún no lo muestran. Algunos otros han señalado que ninguna otra moneda está lista para asumir el papel del dólar; esto es cierto, pero irrelevante. Cuando la libra esterlina perdió un papel similar en los primeros años de la Gran Depresión, ninguna otra moneda estaba lista para asumir su papel. No fue sino hasta 1970 que el dólar estadounidense terminó de establecerse como la moneda del comercio mundial. En el intervalo, el comercio internacional se tambaleó torpemente utilizando cualquier moneda o canje de materias primas que los socios comerciales pudieran establecer: es decir, la misma situación que está tomando forma a nuestro alrededor en el libre comercio global que definirá la era post-dólar.
Una de las consecuencias interesantes del cambio que ahora se está produciendo es una reversión del punto geográfico medio de distribución global de la riqueza. Hasta la era del imperio global europeo, el corazón económico del mundo estaba en el este y el sur de Asia. India y China eran los países más ricos del planeta, y un collar resplandeciente de otros estados ricos, desde Irán hasta Japón, completaban la imagen. Hasta el día de hoy, la mayor parte de la población humana se encuentra en la misma parte del mundo. La gran era de la conquista europea desvió temporalmente gran parte de esa riqueza hacia Europa, empobreciendo a Asia en el proceso. Esa condición comenzó a desmoronarse con el colapso de los imperios coloniales europeos en la década posterior a la Segunda Guerra Mundial, pero algunos de los mismos arreglos fueron respaldados por Estados Unidos a partir de entonces. Ahora se están desmoronando y Asia está creciendo. Para el próximo año, cuatro de las cinco economías más grandes del planeta en términos de paridad de poder adquisitivo serán asiáticas. El quinto es Estados Unidos, y puede que no esté en esa lista por mucho más tiempo.
En resumen, Estados Unidos está en bancarrota. Sus gobiernos desde el nivel federal hacia abajo, sus grandes corporaciones y una gran cantidad de sus ciudadanos acomodados han acumulado deudas gigantescas, que solo pueden ser pagadas si se les da acceso directo o indirecto a los flujos de riqueza no ganada que EE.UU. extrae del resto del planeta. Ellos saben que esas deudas no se pueden pagar, y de muchas de ellas ni siquiera se pueden pagar su costo financiero por mucho más tiempo. Las únicas opciones son incumplirlas o inflarlas y, en cualquier caso, ya no serán posibles los arreglos basados en niveles de gasto como los de ahora. Dado que los arreglos en cuestión incluyen la mayor parte de lo que se considera el estilo de vida ordinario en los EE.UU. de hoy, el impacto de su disolución será grave.
En efecto, muchos estadounidenses tendrán que volver a vivir como antes de 1945. Pero hay que considerar que si todavía tuvieran las fábricas, la mano de obra capacitada, los abundantes recursos naturales y los hábitos ahorrativos que tenían antes, lo que está pasando ahora igual sería una transición dolorosa, pero no una debacle. La dificultad, por supuesto, es que ya no tienen esas cosas: las fábricas se cerraron en la locura de la deslocalización de los años setenta y ochenta, cuando la economía imperial se estrelló a toda marcha, y la mano de obra capacitada fue entregada a la negligencia maligna.
Desde luego que EE.UU. aún tiene recursos naturales, pero nada como lo que alguna vez tuvo. ¿La cultura del ahorro? Esa se fue hace mucho tiempo. En las últimas etapas de un imperio, explotar los flujos de riqueza no ganada del exterior es mucho más rentable que tratar de producir riqueza en casa, y la mayoría de la gente dirige sus esfuerzos en consecuencia. Así es como terminas con la típica economía imperial tardía, con una clase gobernante que hace alarde de fantásticos niveles de riqueza en papel, una clase parásita de parásitos que prosperan atendiendo a los muy ricos o dotando de personal a los sistemas burocráticos barrocos que impregnan el sector público y la vida privada, y la gran mayoría de la población empobrecida, hosca y poco dispuesta a mover un dedo para salvar a sus superiores de las consecuencias de sus propias acciones.
La buena noticia es que hay una solución para todo esto. La mala noticia es que se necesitarán un par de décadas de serias turbulencias para llegar allí. La solución es que la economía de EE.UU. se reutilice para producir riqueza ganada en forma de bienes reales y servicios no financieros. Eso sucederá inevitablemente a medida que los flujos de riqueza no ganada vayan disminuyendo, los bienes extranjeros se vuelvan inaccesibles para la mayoría de los estadounidenses y se vuelva rentable producir cosas dentro de los EE. UU. nuevamente. La dificultad, por supuesto, es que la mayor parte de un siglo de las decisiones económicas y políticas destinadas a apoyar su antiguo proyecto imperial tendrán que deshacerse.
¿El ejemplo más obvio? La hinchazón metastásica de los puestos de trabajo gerenciales gubernamentales, corporativos y sin fines de lucro en la vida estadounidense, mismos que generan un bajo valor agregado. Eso es algo normal en una era de imperio, ya que es una forma de canalizar dinero hacia la economía de consumo, que proporciona los trabajos que existen para las clases empobrecidas. Tanto las oficinas públicas como las privadas están llenas de legiones de oficinistas cuyo trabajo no contribuye en nada a la prosperidad nacional pero cuyos cheques de pago apuntalan al sector de consumo. Esa burbuja ya está perdiendo aire. Es muy ilustrativo como Elon Musk, luego de su toma de control de Twitter, despidió a alrededor del 80% del personal de esa empresa; otras grandes empresas de Internet están recortando su fuerza laboral de la misma manera, aunque todavía no en la misma medida.
El reciente alboroto sobre la inteligencia artificial está ayudando a amplificar la misma tendencia. Detrás de los chatbots hay programas llamados modelos de lenguaje extenso (LLM por sus siglas en inglés), que son muy buenos para imitar los usos más predecibles del lenguaje humano. Una gran cantidad de trabajos de oficina en estos días pasan la mayor parte de su tiempo produciendo textos que entran en esa categoría: contratos, resúmenes legales, comunicados de prensa, historias de los medios, etc. Esos trabajos están desapareciendo. La codificación informática es aún más adecuada para la producción LLM, por lo que también puede despedirse de muchos trabajos asociados al desarrollo de software. Cualquier otra forma de actividad económica que implique ensamblar secuencias predecibles de símbolos se enfrenta a la misma crisis. Un artículo reciente de Goldman Sachs estima que alrededor de 300 millones de puestos de trabajo en todo el mundo industrial serán reemplazados total o parcialmente por LLM en los próximos años.
Otra tecnología con resultados similares es la creación de imágenes generadas por computadora (CGI por sus siglas en inglés). La empresa Levi’s anunció no hace mucho que todos sus futuros catálogos y anuncios utilizarán imágenes CGI en lugar de modelos y fotógrafos muy bien pagados. Espere que lo mismo se propague en general para toda la industria. Ah, y Hollywood es el siguiente. No estamos muy lejos del punto en el que un programa puede recolectar todo el metraje de Marilyn Monroe de sus películas y usarlo para generar nuevas películas de Marilyn Monroe por una pequeña fracción de lo que cuesta contratar actores vivos, equipos de cámara y todo lo demás. El resultado será una disminución drástica de los empleos bien remunerados en amplios sectores de la economía.
¿El resultado de todo esto? Bueno, un montón de expertos insistirán a todo pulmón en que nada cambiará de ninguna manera importante, y otro montón comenzará a gritar que el apocalipsis está sobre nosotros. Esas son las dos únicas opciones que nuestro imaginario colectivo puede procesar estos días. Por supuesto, ninguna de esas cosas sucederá realmente.
En cambio, lo que sucederá es que las clases media y media alta en los EE.UU., y en muchos otros países, se enfrentarán al mismo tipo de demolición lenta que barrió a las clases trabajadoras de esos mismos países a fines del siglo XX. Despidos, quiebras corporativas, salarios y beneficios hacía abajo, y la última versión de alta tecnología de los letreros NO HAY VACANTES estarán ocurriendo en intervalos irregulares. Todas las empresas que ganan dinero atendiendo a estas mismas clases sociales también perderán sus ingresos, poco a poco. En una visión apocalíptica, las comunidades se ahuecarán de la forma en que lo hicieron las ciudades industriales de la zona llamada “Rust Belt” de Estados Unidos y las “Midlands” inglesas hace medio siglo, pero esta vez será el turno de los suburbios de lujo y los barrios urbanos de moda colapsaran en la medida en que desaparezcan los flujos de ingresos que los sustentaban.
Esto no va a ser un proceso rápido. El dólar estadounidense está perdiendo su lugar como medio universal de comercio exterior, pero seguirá siendo utilizado por algunos países en los años venideros. El desmantelamiento de los arreglos que dirigen la riqueza no ganada hacía los EE.UU. será un poco más rápido, pero aún llevará tiempo. El colapso de la clase trabajadora que labora en cubículos y la destrucción de los suburbios se desarrollará en u proceso que durará décadas. Así es como se desarrollan los cambios de este tipo.
En cuanto a lo que la gente puede hacer en respuesta a esta situación, el autor señala que el desmoronamiento de la economía estadounidense y el proyecto más amplio de la civilización industrial se han venido acelerando, y aquellos que quieran prepararse para ello deben comenzar a prepararse pronto recortando sus gastos, pagando sus deudas, y adquiriendo las habilidades necesarias para producir bienes y servicios para las personas en lugar de la maquinaria corporativa.
El artículo de John Michael Greer concluye señalando que los Estados Unidos están a punto de caer en una larga pendiente resbaladiza hacia una nueva realidad no deseada. Los Estados Unidos y sus aliados cercanos debemos prepararnos para un par de décadas de agitación económica, social y política. Aquellos en otros lugares lo tendrán más fácil, pero aún será un viaje salvaje antes de que los escombros dejen de rebotar y los nuevos arreglos sociales, económicos y políticos se remienden a partir de los escombros.
Alejandro Gómez Tamez es Director General del GAEAP