Colombia escribe la historia con la izquierda

Por: Nydia Egremy

Colombia escribe la historia con la izquierda

Por primera vez en 214 años, los colombianos antihegemónicos rompieron el baluarte de la derecha racista y neoliberal, al dar el triunfo a Gustavo Petro y Francia Márquez, candidatos de “los nadie” en una tierra riquísima expoliada por “los mismos de siempre”. Es también el paso de los alzados, formados en primera fila contra las élites que han entregado Colombia al capitalismo depredador. Los votos del 19 de junio son el freno al intento de Estados Unidos (EE. UU.) por subyugar a esa nación con la parapolítica y la delincuencia trasnacional.

¡Fue la tercera y la vencida de Gustavo Petro! El ecoambientalista de 62 años, exguerrillero Aureliano del M-19 hace cuatro décadas, luego alcalde de Bogotá y senador, llega como presidente a la Casa de Nariño. Su victoria retrata la urgencia de millones de colombianos por ya no ser el ejército de reserva de la oligarquía local, que los condenó a la pobreza y violencia en provecho del capitalismo imperial.

La historia, que los colombianos escriben a través de las reformas promovidas por Petro y Márquez, dicta que esa Colombia multicultural necesita respeto y proyecto a futuro. Ese gobierno se desarrollará en el periodo más crítico de la economía global (2022-2026), debido a los efectos de la era del Covid-19; de la guerra de Occidente contra Rusia y China, y de los embates del cambio climático.

Es histórico que Petro, hijo de profesor y madre militante de un partido nacionalista, lograse dar “un sacudón” a la izquierda “amargada y acartonada” de su país –como criticó en el pasado– a cuatro décadas de iniciada su militancia política en Zipaquirá.

También es inédito que la humilde dupla –que llegó con más votos a la dirección del país– venciera al uribismo que, sin capacidad para postular a un candidato fiable, aceptó a quien Atilio Borón denominó “personaje de opereta” a Rodolfo Hernández.

El triunfo de la izquierda en Colombia se produjo en el continente más desigual del planeta. Lo que hace un año parecía un logro impensable, también anticipa lo que será la elección en Brasil, otro socio imprescindible de Washington.

Esta elección fue recibida con entusiasmo en la región. El presidente de Cuba le manifestó su disposición a avanzar en el desarrollo de las relaciones bilaterales por el bien de sus pueblos; su homólogo de Venezuela anunció que “nuevos tiempos se avecinan” y su colega de Argentina destacó que este triunfo fortalecerá la integración.

A su vez Luiz Inácio Lula da Silva destacó que esta victoria fortalece a las fuerzas progresistas en América Latina y el Caribe. Por su parte, la Unión Europea (UE) felicitó a Petro por su triunfo “incuestionable” en voz del jefe de su diplomacia, Josep Borrell, quien reconoció el voto de los colombianos por una sociedad más igualitaria.

El mejor amigo

Pese al optimismo que despierta la avanzada de los sectores más dinámicos de la lucha sociopolítica colombiana, no hay que olvidar que EE. UU. y sus aliados tejieron una fuerte red de agencias para infiltrar sus intenciones políticas en la sociedad.

Los programas de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), con la Fundación Nacional para la Democracia (NED), con el Instituto Republicano Internacional (IRI), el Instituto Demócrata Internacional (IDI) y otros órganos financiados por Washington han socavado todo intento de emprender una vía antihegemónica en el continente.

Jean-Guy Allard ha denunciado que, pese a ser investigada por corrupción en Colombia, la USAID repartió “millones para el desarrollo” en ese país, casi 170 millones de dólares (mdd). Entre 2000 y 2006, esta agencia articuló programas de asistencia “educativa” en América Latina y el Caribe, justo cuando se lanzaba el llamado Plan Colombia.

Las prácticas de “asistencia” coinciden con ejercicios de dominación política, económica y cultural. Se interviene en territorios y poblaciones para configurar diagnósticos de insurgencias, ingobernabilidades y generar la posibilidad de revertir toda resistencia política, refiere Paula Lucía Aguilar en su estudio Injerencia financiada: la CIA, la USAID y la NED en acción.

No fue casual que, en su primer mensaje a la nación, Petro anunciara que el suyo será un gobierno con una política exterior de diálogo con EE. UU. A él, como experimentado político, le resulta obvio que Colombia es pieza fundamental para la superpotencia de cara a América Latina y como punta de lanza en su ofensiva contra Venezuela.

Así lo refiere el libro Territorios Vigilados, de Telma Luzzani, en el que se describe la operación de la red de bases militares y navales de EE. UU. en la región, con respecto al tenebroso Plan Colombia, que suscitó desencuentros entre Álvaro Uribe y Hugo Chávez.

De ahí que también sea histórico e inédito el mensaje de felicitación de EE. UU. a minutos de conocerse el resultado del 19 de junio: “Esperamos trabajar con el presidente electo Petro para estrechar aún más la relación entre EE. UU. y Colombia, y llevar a nuestras naciones hacia un futuro mejor”.

Así como esta fórmula diplomática no borra las maniobras de las agencias estadounidenses para socavar la soberanía colombiana, tampoco lo logra que se olvide cómo se empeñó el embajador de EE. UU., Philip Goldberg, en evitar el triunfo electoral de los candidatos del Pacto Histórico. En plena campaña, el 26 de abril, aseguró que “trabaja con el Gobierno nacional para prevenir cualquier intrusión” extranjera en los comicios.

Para fortalecer esa percepción, los medios difundieron que para el senador Rick Scott, Colombia es uno de los mejores amigos de EE. UU. en la región y que tal relación se “arruinaría” si ganaba Petro. En cambio, la prensa silenció el viaje a Washington del presidente saliente, Iván Duque, días antes de la elección, para reunirse con Blinken.

El grupo interdisciplinario de Investigación para la Transformación Social Kavilando, que elabora proyectos sobre conflictos asociados a las disputas por territorios y recursos, la defensa del medio ambiente y comunidades de Colombia, publicó el estudio de Jorge Elbaum relativo a las operaciones de EE. UU. para evitar el triunfo de Gustavo Petro. El análisis señala al embajador Philip Goldberg como el funcionario “más hiperactivo” en promover iniciativas secesionistas. Tras ser expulsado de Bolivia en septiembre de 2018 por promover iniciativas secesionistas en esa nación, en Colombia también se dedicó a apoyar a la derecha y se anticipó a deslegitimar el triunfo de Petro, alegando posibilidad de interferencias de rusos, venezolanos y cubanos.

Otra gran injerencista es la jefa del Comando Sur, Laura J. Richardson, quien en marzo visitó Colombia para reunirse con el comandante general de las Fuerzas Militares de Colombia, general Luis Navarro. En su gaceta el SouthCom publicó que Colombia es un “socio de seguridad incondicional de Washington”.

Sin embargo se vincula al jefe del ejército colombiano, Eduardo Zapateiro Altamiranda, con la masacre de Putumayo, en la que murieron 11 personas, incluido un menor de 11 años, exhibidos como disidentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

Petro denunció estos asesinatos como “falsos positivos”, el mecanismo por el que las fuerzas armadas y paramilitares mostraban cuerpos de disidentes como supuestos éxitos sobre la guerrilla para presionar a los campesinos y obligarlos a abandonar sus tierras. El objetivo de esa estrategia permitía la expansión del extractivismo minero y agroindustrial.

En eso colaboró Iván Duque, gobernante negligente, porque no cumplió los Acuerdos de Paz que firmó su antecesor en 2016 para cerrar el conflicto interno de más de 60 años. Él, como su tutor Uribe, siempre se opuso a ellos.

Otro legado de Duque es la represión sistemática a las protestas sociales de 2019 y 2021, así como la cooptación de las instituciones de control (Contraloría General, Procuraduría General, Defensoría del Pueblo y Fiscalía General) para acumular poder. También dividió a los colombianos e institucionalizó el exterminio de activistas sociopolíticos.

El mal gobierno de Duque, como los de Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe, situaron a Colombia en la senda del autoritarismo, las masacres –que la retórica oficial cambió por el eufemismo de “homicidios colectivos”– la corrupción desbordada, la pobreza estructural rural y el racismo rampante.

Esta tríada de derecha clasista fomentó la desconfianza de los ciudadanos en la clase política que, desde hace dos siglos, conduce la vida del país, y que ubicó a Colombia como el país con más desempleo entre los que integran la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).

Horas críticas 

Dos contrincantes llegaron a la segunda vuelta electoral para cambiar Colombia: Gustavo Petro, de la coalición Pacto Histórico y Rodolfo Hernández, de la Liga de Gobernantes Anticorrupción.

Este empresario siguió la estrategia de Donald J. Trump de mostrarse como líder exitoso que aplicaría en el gobierno sus fórmulas de negocios y acusando a los políticos de ser corruptos. Dos días después de su derrota, Hernández enfrentó un juicio por corrupción.

Que Colombia elija como presidente a un binomio tan distinto a las castas políticas reaccionarias, como la de Álvaro Uribe, debe interpretarse como el principio de la nueva era multipolar rechazada por la hegemonía estadounidense en ese país, que se retrata en las más de ocho bases militares dispersas en Colombia.

Y aunque en esta segunda vuelta no se vieron los ríos de dinero que corren por lo general, “nuestro sistema electoral sufrió un durísimo golpe de crédito en este proceso, porque se presentaron faltas inaceptables, que generan confusión y discordia”, denunció a TeleSUR la directora de la Misión de Observación Electoral (MOE), Alejandra Barrios.

La semana previa abundaron advertencias de que habría fraude porque se alterarían los resultados en el momento del escrutinio. Las horas críticas fueron entre el inicio de la votación y el cierre de los centros de votación, donde a las 16:00 horas comenzó el preconteo. Poco después, la Registraduría Nacional del Estado informaba que el Pacto Histórico consiguió 11 millones 115 mil 965 votos contra los 10 millones 391 mil 504 de la derecha populista.

¡Y empezaron los tuits! A las 17:11 Gustavo Petro escribió: “Hoy es día de fiesta para el pueblo. Que festeje la primera victoria popular. Que tantos sufrimientos se amortigüen en la alegría que hoy inunda el corazón de la Patria. Esta victoria para Dios y para el Pueblo y su historia. Hoy es el día de las calles y las plazas”.

Uno anónimo era revelador: “¡Ganamos, hijueputa! ¡Ganamos!” Sergio B. escribió: “Estoy feliz; convencí a mi mamá por fin. ¡Votó por Gustavo Petro. Ustedes no saben lo que significa: católica, conservadora”. Otro, de Inti Aspilla, decía: “Los revolucionarios somos invencibles, porque nuestra causa nunca muere. Hoy te pienso mucho papá!!!”.