El Salón del Pueblo, una cámara de banderas rojas en Pekín
El XX Congreso del Partido Comunista Chino comenzó el 16 de octubre, en el Gran Salón del Pueblo, con el arribo de 2 mil 296 delegados. Concluirá con la elección de nuevo grupo dirigente que acompañe a un seguro tercer mandado del presidente Xi Jinping.
Francisca Martínez/ Beijing / @FranMartinezMx / Fotos: Cortesía Xinhua
Beijing. -La mañana del 16 de octubre, las inmediaciones de la Plaza de Tiananmen, en Pekín, la capital china, continuaban con un cerco de seguridad puesto semanas atrás. Sin embargo, ciclistas que usualmente pasan por esa zona del primer anillo pekinés pudieron seguir disfrutando de su ruta ordinaria y acompañaron el despliegue de banderas rojas que ondeaban a lo largo de toda la calzada que conduce a la emblemática plaza roja donde se ubica el Salón del Pueblo (会堂), sede de la celebración de las sesiones del parlamento chino, la Asamblea Popular Nacional, y lugar de reunión del XX Congreso Nacional del Partido Comunista de China (PCCh). Una mañana en calma, con la cotidianidad de una ciudad global y sus inmensos rascacielos, pero con el formidable clima de la buena suerte –como señalan los chinos cuando está despejado–, lejos del smog y los nubarrones del otoño a inicios de octubre.
Así lucían las inmediaciones de Tiananmen
#DeChinaParsMéxico | Arrancó XX Congreso del PCCh en Beijing; fijan ruta a ser potencia mundial socialista.@EmbChinaMex @FranMartinezMx pic.twitter.com/jVDGNPPGbJ
— Canal 6 Tv (@canal6tv) October 18, 2022
Los controles de seguridad no intimidaron el ánimo de los invitados, desde exponentes de los medios de comunicación hasta diplomáticos e incluso de los propios delegados del XX Congreso, quienes también entraron por la misma puerta al inmueble que el resto de los asistentes al histórico evento. Alegres y conmovidos, la mayoría no daba crédito de estar bajo la égida del Salón del Pueblo. Este era el sentir de varios colegas de diferentes continentes, presentes en esa fecha.
A las 9:49 comenzó el ingreso del buró político, una de las varias comitivas clave para la apertura. Sus asientos están ubicados en la parte superior, en el estrado central. Los sonidos de una alarma nos hacen pensar en llamados previos. A lo largo de todo el evento fueron tres. Todo aquí es expectativo y todo tiene un por qué. En la parte de palcos, el momento quería ser llevado y guardado tras las decenas de selfies que no paraban tras los móviles entre los convidados a ver el histórico evento: prensa extranjera, equipos logísticos, acaso algunos diplomáticos y amigos excepcionales.
Sí, estábamos en el Salón del Pueblo, un modesto recinto que no brilla por las alfombras o la disposición pomposa de otros espacios en el mundo cuando de ejercer el poder se trata; es un amplio inmueble, con la organización de un gran teatro, con modestos asientos numerados para cada región geográfica, pero siempre un sobrio espacio del pueblo. No hay efigies, ni personalidades en bustos o retratos ni siquiera del presidente Xi Jinping, en comparación con otros lugares que hemos visitado donde su sola fotografía domina el espacio. No hay acabados en oro o en otros materiales, acaso la madera y la gigantesca estrella sobre el techo podrían considerarse ostentosos, pero es el símbolo nacional, un lugar de predominancia visual en el gran salón, ganado tras incesantes batallas y movilización nacional contra ocupaciones extranjeras y dolorosos capítulos en la lucha imperialista, lugar central, por arriba de nuestras cabezas, en el techo, que es ampliamente justificado. La sesión ni siquiera había empezado, pero todos se sienten partícipes, con un papel en este evento, con una responsabilidad a cuestas, con una anécdota en la memoria; entre los rostros de nuestros colegas chinos también hay emoción, es un privilegio, un orgullo, no todos pueden estar hoy presentes en este día.
También en la parte central del escenario, los caracteres chinos brillan imponentes anuncian que estamos en el XX Congreso, sobre un fondo de tapiz de telas rojas, formando un monumental marco. Al lado de sus listones dorados, un solo símbolo surca este recinto nacional, ornado ahora con la hoz y el martillo. Este binomio es el centro. En esta gigantesca nación y sus calles de todos tamaños, por los que hemos pasado, ese símbolo brilla por doquier, máxime si semanas atrás el patriotismo se apoderó de las calles por el Dia Nacional, la celebración por el 70 aniversario de la fundación como la República popular, así como sus bellos arreglos florales en espacios públicos. Pero hoy, ese símbolo es el centro de la histórica reunión y no un mero elemento decorativo. Desde el pasado Congreso, el Partido Comunista, celebró su centenario y está guiando los destinos de China, por lo que vuelve a reunir ahora a su columna vertebral.
Son las 9 de la mañana con 55 minutos, suena otra vez la campana. Es ya la sesión de apertura, oficialmente estamos empezando la inauguración del XX Congreso. Todos en el estrado ya ocuparon sus lugares, con la precisión de un ejército, un ejército tan preciso como un grupo de mujeres que, previamente, sirvió el té en la mesa central de manera sincronizada, a modo de coreografía, y cuya poderosa imagen –un bello colectivo de mujeres chinas– también dio la vuelta al mundo, aunque aquí es sumamente usual. Enfrente del escenario principal, los delegados también ocupan sus asientos, 2 mil 296 rostros de hombres y mujeres provenientes de las 38 unidades estratégicas del PCCh, que también son clave en los trabajos por venir.
El gigantesco partido de 96 millones de militantes está aquí congregado, en el Salón del Pueblo, bajo tenues luces, vestido de gala con pendones, siendo el epicentro de una colectividad única en este gigante asiático: los comunistas chinos, pero estrechamente unidos al mundo por su vocación al servicio de los trabajadores y a muchos otros partidos comunistas que ven a China como un hermano mayor.
A las 10 de la mañana, una banda militar entona una pieza a modo de himno, la marcialidad de los trajes y la belleza de las trompetas en ejecución da comienzo a esta reunión. A las 10:02 comenzó el primer orador. Pidió unos minutos de silencio por los pilares del PCCh que han partido: Mao Zedong, Deo Xia Ping y otros militantes que dejaron su vida en la lucha por la construcción de este partido. Sensibles a todo viento y bajo todos los cielos, como dice León Felipe, los comunistas contemporáneos chinos no olvidan las raíces del movimiento perpetuo que hoy los trae a esta nueva cita. Se da paso al camarada Xi Jinping, sí, aquí vale como tal y los primeros aplausos respaldan este calificativo.
La solemnidad de este acto raya en un evento de Estado, pero la emoción no es vacía, hay una profunda conmoción en los rostros, hay un profundo respeto, en el instante de la apertura. La magnitud de este ritual nos permite ver entonces que la reunión cobra ese auténtico y profundo sentido popular y que convierte a estas paredes en una cámara, sí, esa pieza principal que adquiere circunstancialmente importancia o solemnidad especial en momentos como estos.
A las 10:07, comenzó su histórico discurso el presidente Xi Jinping, a nombre del XIX Comité Central. Éste fue antecedido por una ola de aplausos sostenidos para recibirlo y abrió su mensaje con la palabra: “camaradas” o “同志们”. El liderazgo de Xi se siente entre sus camaradas, es una marea de manos en movimiento en el ambiente festivo que transmite el Salón del Pueblo. Ante todo, debe llamarlos a trabajar con “ánimos elevados” y avanzar con “valentía y firmeza”, en una “lucha unida”, porque el PCCh “tiene una responsabilidad de importancia suprema”, la “construcción integral de un país socialista moderno”, que se encamina a su segundo centenario, aunque reconociendo una “situación mundial de singulares cambios sin precedentes”, en medio de “grandes riesgos y desafíos”. Su voz es cálida, segura y pausada, pero no en extremo.
A lo largo de su pieza oratoria, hay espacios para la tos, todos los grandes hombres viven en la voz, más para aquellos que deben subir a tribuna y hablarles a las multitudes. Xi habla con franqueza, con serenidad, pero sin vacilación. Es un tribuno popular. Hoy, que debe hablar ante sus camaradas, sigue siendo fiel a la fuerza de la palabra a pesar de que al menos 5 micrófonos están ahí para amplificar su mensaje. La arenga está en las frases. Los aplausos son la espontánea respuesta en el auditorio, tal vez más efusiva cuando habla de Taiwán y la necesidad histórica tras el rejuvenecimiento nacional del país, pero la atención es total, pues en menos de veinte minutos habló de la “guerra popular” que libró la nación china con su exitosa política de Covid-cero tras la aparición de la pandemia, la situación de Hong Kong y enfatizó sobre la “firme decisión y poderosa capacidad de defender la soberanía e integridad territorial del país” contra los separatistas en la región de Taiwán.
La fuerza de ese sonido de las manos por el reconocimiento público compite y se impone a los miles de flashes que hacen también un concierto por su cuenta. Todos miran a ese hombre a lo largo de una hora, después de todo es uno de los hombres más poderosos del mundo. La posibilidad de verlo a unos metros de distancia siempre será una anécdota. Hoy, podemos verlo y escucharlo mientras discurre, al lado de sus compañeros, sobre lo que se ha denominado como una gran lucha, desde sus aristas en la construcción económica, cultural, social y de civilización ecológica. En el estrado, el Comité Central escucha, anota, mira en todas direcciones, como si fueran aprendices en un día de clase, todos usan el cubrebocas, todos comparecen al lado del secretario general. Su militancia de larga data forma eso que Xi llama el legado construido por el PCCh, al lado de otros millones de militantes desplegados en el territorio nacional, organizaciones populares, a los que da reconocimiento público, porque juntos están “emitiendo el socialismo científico una nueva vitalidad exuberante en la China del Siglo XXI, y presentando la modernización china una nueva opción a la humanidad para materializar su modernización, con lo que “el PCCh y el pueblo chino dan mayor y mejor aporte de sabiduría, plan y fuerza para la resolución de los problemas comunes a la humanidad en nueva y mayor contribución a su noble causa de paz y desarrollo”. En una línea central también del estrado, el buró político, sus exponentes también escuchan atentamente. Es el grupo más experimentado y con las más altas responsabilidades al frente del partido electos en el Congreso anterior; este 2022, esa instancia se renovará también y dejará un nuevo comité permanente.
Es el otro escudo tras esta proeza política que lleva gobernando siete décadas al gigante asiático. Ambas instancias, más los delegados que están enfrente, forman ese vigoroso colectivo por cuyas manos pasará la dirección del país de mil 400 millones de personas; hoy están reunidos en pleno, escuchando a su líder, pero en los siguientes días transmitirán las inquietudes de la base y sus demandas, eligen a un nuevo Comité Central y una nueva comisión central de disciplina. La experiencia política del vigoroso partido cabe en ocho hileras con los hombres y mujeres por cuyas manos pasó la gobernanza en los últimos cinco años; en el siguiente periodo pueden no estar ahí mismo. Solo los uniformes militares o bien los trajes tradicionales de las etnias, distinguen a unos de otros, pero son uno solo, el partido de carne y hueso.
Las individualidades no se imponen ni siquiera en el orador principal.
Xi habla por las mayorías chinas, por el pueblo, ese que está afuera del Salón del Pueblo. Asegura que la práctica no tiene límites, como tampoco los tiene la innovación teórica. Hace 70 años que este país tomó el marxismo –al que muchos declararon muerto tras la caída de la URSSS– como el pensamiento en el que sustentan su contemporáneo partido, sus acasos 50 miembros fundadores entonces lo contagiaron al país y hoy declaran que han hecho al marxismo chino. “La práctica nos ha indicado que la razón de que sea competente el PCCh y bueno el socialismo con peculiaridades chinas, es, en último análisis, que el marxismo es válido”, un marxismo nacionalizado y adaptado a los tiempos, tan convulsos y con tambores de guerra en ciernes.
Pie de foto: Delegados del 20 Congreso fueron electos y avalados tras un riguroso proceso de participación popular
En este país de territorio de más de 9.6 millones de kilómetros cuadrados, una gigantesca población y una civilización de más de 5 mil años, el marxismo tiene carta de ciudadanía y goza de salud, porque ha acompañado a estas generaciones a expulsar a los invasores extranjeros, poner fin a las peleas entre los caudillos militares, menguar la guerra civil, lograr la independencia nacional, fundando un país soberano. Tras sobreponerse a la subyugación extranjera y combatir el hambre de millones de familias chinas, avanzaron hacia la construcción de una sociedad modestamente acomodada que vemos aún de manera parcial usando bicicletas, tomando modernos transportes, digitalizando su vida cotidiana, pero, sobre todo, viviendo de su trabajo cotidiano.
Ahora, el PCCh está liderando al pueblo chino hacia otra espiral de su historia contemporánea, hacia la construcción de un país socialista moderno, pero también habla de multilateralismo, de globalidad, de innovación, de economía competitiva, de acelerar una nueva configuración del desarrollo, y también de una lucha de largo tiempo, en una “responsabilidad histórica”, aunque siempre sujeta a una realidad concreta, siempre y cuando se emplee el materialismo histórico para su análisis y transformación. El entusiasmo de los sectores progresistas en el mundo tiene en China y en esa cámara de banderas rojas en que se convirtió el Salón del Pueblo, un faro sujeto, ahora, al escrutinio de los flashes por la apertura de su XX Congreso, pero también, para siempre, al escrutinio de la historia moderna.
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