Opinión: Venezuela y Bolivia frente la encrucijada neoliberal
Puede generar cierta confusión la ambigüedad de la repetida y consabida idea «análisis concreto de la realidad concreta». Pareciera una referencia al estudio de los hechos en su forma pura; a la objetividad de los acontecimientos independientemente de cualquier contaminación interpretativa; al trabajo periodístico que pone a disposición del lector la realidad “tal y como es”. Esta presunta objetividad es una forma de falsear la verdad. No existen acontecimientos aislados, inconexos e independientes, válidos por sí mismos. Su explicación es producto de una tradición, una idea, una específica concepción del mundo. La referencia a lo concreto debe entenderse dialécticamente; como unidad de un conjunto de relaciones que van desde el proceso histórico del que forma parte un hecho, hasta la relación, en la apariencia oculta, que existe entre el acontecimiento y el “alma social” que lo determina; es decir, el específico sistema de producción en el que el suceso se efectúa. Un levantamiento popular, una rebelión campesina, un golpe de Estado, etc., cobran significados distintos a partir de su relación con la totalidad económico-social. El estudio de esta compleja relación y no del hecho en sí es a lo que refiere el concepto: «análisis concreto de la realidad concreta». Toda investigación no filtrada por este proceso metodológico tenderá necesariamente hacia verdades a medias o, en el peor de los casos, a una absoluta tergiversación de la esencia del fenómeno. En este engranaje metodológico debemos insertar el análisis de la contradicción que hoy aqueja a dos de los mayores referentes de la lucha en América Latina.
En este momento los reflectores son acaparados por la contienda política en Estados Unidos. Las próximas elecciones en este país determinarán significativamente las relaciones de poder a nivel mundial. Su trascendencia es incuestionable. Sin embargo, en la medida en que la hegemonía del imperialismo norteamericano se debilita, es necesario reconocer la relevancia que otras naciones y otras fuerzas políticas adquieren. Es por esta razón imprescindible voltear a América Latina. Las próximas elecciones en Venezuela y Bolivia adquieren una renovada dimensión geopolítica en un contexto de reorganización global. Más allá de la perspectiva general que se tiene de la vida política en estos países; a saber, la tendencia “izquierdista” de sus gobiernos, afloran hoy contradicciones internas; síntomas de una crisis que puede derivar en el fortalecimiento de una oposición hasta hoy en franca decadencia; del resurgimiento de aquellas fuerzas políticas que encarnan los intereses del neoliberalismo putrefacto tal y como sucediera ya en Perú, Chile y Argentina.
A finales del mes de julio se llevarán a cabo las elecciones en Venezuela. Se enfrentará el chavismo a una renovada ultraderecha que encabeza nominalmente Edmundo González Urrutia, candidato de la Plataforma Unitaria Democrática, pero cuya verdadera cabeza es Corina Machado, representante de los intereses de Washington y de la oligarquía venezolana, inhabilitada por 15 años por el Tribunal Supremo de Justicia por su participación en los intentos de golpes de Estado, siendo partícipe del autoproclamado “gobierno legítimo” de Juan Guaidó que pretendió gobernar, bajo el auspicio de los Estados Unidos, de forma paralela al gobierno electo de Nicolás Maduro. A pesar de la férrea resistencia de la que el chavismo ha dado cuenta frente a los arteros embates del imperialismo, no cuenta con el respaldo absoluto de las masas. Las diversas encuestas apuntan a una reñida elección que da, por ahora, apenas diez puntos de ventaja al partido en el poder. Después de más de dos décadas al frente del gobierno, el chavismo, encabezado desde hace más de diez años por Nicolás Maduro, no posee una estructura organizativa que asegure el respaldo de las grandes mayorías, más allá de que innegablemente el sector más pobre y mayoritario de la población se ha visto beneficiado palmariamente por la política progresista del Partido Socialista Unido de Venezuela.
La realidad boliviana es más compleja aún. El reciente intento de golpe de Estado ha sacado a relucir las contradicciones internas dentro del partido Movimiento al Socialismo. La declaración del expresidente Evo Morales acusando al actual mandatario Luis Arce de ser el artífice del golpe parece estar fuera de lugar. Pocos son los que respaldan tal proposición, sobre todo si consideramos que es Bolivia el país que más golpes de Estado ha sufrido desde 1945; la mayoría orquestados desde Washington. Controlar las fuentes de litio más grandes del mundo hace de Bolivia un territorio decisivo para la economía mundial. No hablamos solo de los anhelos pasados, actuales y futuros de los oligarcas norteamericanos. En este momento, con la conformación de los BRICS y el fortalecimiento de la economía china, el país andino podría ser determinante en la reorganización de la política global.
Hemos dicho antes. No basta con enumerar los hechos. Tampoco sirve juzgarlos sin perspectiva, como fenómenos aislados producto únicamente de las circunstancias presentes. La tradición de lucha, la abnegación y el ejemplo que han dado Bolivia y Venezuela al enfrentarse, con todas sus limitaciones, al imperialismo rapaz, no pueden dejar de considerarse a la luz de las circunstancias actuales. El chavismo ha logrado sostenerse en Venezuela por más de 25 años mientras que el partido “socialista-indígena” boliviano lleva casi 20 años ininterrumpidos –con excepción del golpe de Estado de Jeanine Áñez en 2019– mejorando ostensiblemente las condiciones de vida de un pueblo históricamente vejado, saqueado, expoliado. Le evocación en la memoria del pueblo boliviano del saqueo de las minas del Potosí basta para instigar la dignidad de la que han hecho un pendón las últimas décadas. Mucho deben aprender las naciones económica, política y culturalmente sometidas al yugo del conquistador, como la nuestra, del ejemplo heroico del pueblo bolivariano.
Es por esta misma razón. Por representar, junto a Cuba, la dignidad anticolonial y revolucionaria de toda América Latina, que la crisis que se advierte en estos países afecta a todo el pueblo latinoamericano. Las razones de los conflictos internos parecen ser obvias pero van más allá de una pura disputa intrapartidaria; de la necesidad de gloria y reconocimiento individual, como se acusa a Maduro en Venezuela o a Evo en Bolivia. La realidad es más compleja. Bolivia y Venezuela, desoyendo los consejos de la historia, se han olvidado de crear un verdadero partido de clase. Su desarrollo, como lo fuera en su momento en el caso cubano, pesa sobre las espaldas de un solo individuo. No es realmente la ausencia de líderes la causa de la crisis interna; sino la incapacidad de la estructura de generar mecanismos que permitan que el papel del “líder carismático” lo juegue la verdadera “voluntad colectiva”.
Las contradicciones del sistema a nivel estructural están cambiando. La crisis es patente y anuncia la posibilidad de una transformación revolucionaria. Los embates del imperialismo podrán parecer débiles, pero tiene fuerza suficiente aún para aprovechar los conflictos internos y hacer valer sus intereses. Más allá de la fuerza del enemigo externo, el futuro de los pueblos Venezolano y Boliviano, así como de todas las naciones en América y el mundo que pretendan seguir la vía socialista, radica en la construcción de un partido que aglutine en torno a sí a los cuadros más abnegados y conscientes del pueblo. Que le otorgue a este órgano poder de mando y de acción y que, en última instancia, deje en sus manos el futuro de la lucha. No es un problema de egos, como apuntan varios analistas, el que tiene en vilo a las naciones bolivarianas; es que, independientemente de quién gane la disputa interna, la estructura seguirá funcionando igual a tal grado que los problemas que hoy puedan evitarse, renacerán con más fuerza el día de mañana. La resistencia y el orgullo nacional frente a las potencias externas deben combinarse, necesariamente, con una reestructuración interna que tome como eje de su recomposición los principios del «centralismo democrático». Ninguna figura individual, por más brillante que sea, podrá sustituir en la historia el papel que le corresponde jugar a la clase organizada y consciente.